Saturday, April 28, 2007

Video: Un joven como tú

La vocación del P. Juan Pedro Oriol LC

El P. Juan Pedro nos cuenta de su familia y amistades, sus aventuras de joven y cómo descubrió el llamado de Dios a seguirle como sacerdote.

Meditación: "Comer" a Cristo

La comunidad cristiana crecía, animada por el Espiritu Santo

Evangelio:
Jn 6, 60-69
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús dijeron al oír sus palabras: “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”

Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”. (En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar). Después añadió: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.

Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?” Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

Meditación:
Esta meditación puede ser una ocasión propicia para profundizar en el significado de nuestras comuniones. Este acto de “comer” a Cristo, es realmente un encuentro entre dos personas, es entrar en comunión con Aquel que es mi Creador y Redentor. Recordemos que cada comunión bien hecha implica adoración, voluntad de seguir a Cristo. Pero no podemos recibir solamente de modo pasivo a Jesús. Comulgar significa imitarle en su entrega.

El pan que comulgamos, está hecho de muchos granos de trigo, y encierra el significado de la unión. Con la comunión sacramental quedamos unidos al Señor como todos los demás que comulgan. La Eucaristía se debe traducir por eso en un ejercicio práctico del amor, no en abstracto, sino “aquí y ahora”, en el “hoy” de cada día.

Antes de concluir, reflexionemos en la figura de Simón Pedro, que tomó la palabra y dijo: “Señor, ¿a quién iremos?...”. Cuando muchos querían irse y dejar a Jesús, Pedro se lanza con valentía a confesar que Cristo es quien tiene palabras de vida eterna. De la misma manera, el Papa, sucesor de Pedro, tiene la misión de mantenernos unidos en la fe en Cristo. El Papa no proclama sus propias ideas, sino que constantemente nos transmite la Palabra de Dios. Por ello debemos tomar sus enseñanzas como el criterio de verdad y seguirlas fielmente.

Reflexión apostólica:
Pensemos que lo único que define nuestra vida es el amor. La afirmación de que amamos a Dios es una mentira si nos cerramos al prójimo, si no somos capaces si quiera de saludar a quien no nos agrada. Pensemos que cerrar los ojos al prójimo nos cierra también a Dios.

Propósito:
Me acercaré a la comunión con gran reverencia y fervor. Luego llevaré a la práctica el mandamiento del amor, mirando a las personas no ya con mis ojos sino desde la perspectiva de Cristo.

Meditación: El verdadero pan del cielo

Es el instrumento escogido por mi, para que me dé a concer a las naciones

Evangelio:
Jn 6, 52-59
En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.

Este es el plan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.

Esto lo dijo Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm.

Meditación:
El mundo en el que vivimos con frecuencia está marcado por el consumismo, la indiferencia religiosa, el secularismo que se cierra a lo espiritual y a la trascendencia. En medio de esta situación, Dios nos repite que no sólo de pan vive el hombre.

Jesús, aludiendo a la Eucaristía, nos dice que ése es el pan bajado del cielo. Jesús puede convertirse en pan y ser así el alimento para nuestras almas. Necesitamos participar de la Eucaristía en la Celebración Eucarística y alimentarnos de este pan. ¡La Santa Misa es una necesidad para el cristiano!

La Eucaristía debe ser también un motivo de alegría. Jesús nos promete que el que coma su carne y beba su sangre vivirá en él, cómo no alegrarnos con sus palabras. Sin embargo, ante aquel primer anuncio, la gente, en lugar de alegrarse se molestó, se preguntaban cómo podía darles Jesús a comer su carne. En el fondo, a veces a la gente le molesta un Dios que esté tan “a la mano”, creen que esa cercanía no puede ser posible. Tal vez porque sabiendo que Dios está allí resulta más difícil olvidarnos de Él.

Ante el rechazo de las gentes, Jesús no opta por suavizar su mensaje, ni cambia sus palabras. Se mantiene firme en su afirmación, y está dispuesto a perder a muchos de sus discípulos antes de cambiar el plan de darnos la Eucaristía.

¡Gracias Jesús por la Eucaristía! ¿Cómo podríamos vivir sin ti?

Reflexión apostólica:
Si queremos acercarnos a Jesús, también debemos acercarnos al encuentro con los otros.

Propósito:
Redescubrir el valor de cada Santa Misa y el privilegio de participar en la Eucaristía.

Meditación: Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo

Aquí hay agua, ¿Hay alguna dificulta para que me bautices?

Evangelio:
Jn 6, 44-51
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquél que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre.

Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Este es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”.

Meditación:
El pan de vida que nos cita el Evangelio es alimento indispensable para quien quiera seguirte, Señor. Tus palabras y tus enseñanzas son el “pan bajado del cielo” que el Padre celestial nos ha procurado y que será por el Misterio Pascual el que dará vida verdadera al hombre y al mundo. Y la vida verdadera es esa vida sobrenatural que nos mereciste, Jesucristo, y que transforma toda la existencia.

Pienso, Señor, en ese pan que en cada “consagración” eres ya Tú mismo ofreciéndote de nuevo al Padre por cada uno de nosotros y aunque nunca llegaré a comprender el misterio, me arrodillo ante tanto amor con asombro, pidiendo a Dios me dé cada vez más capacidad de unión y de agradecimiento.

Reflexión apostólica:
Ayudemos al Señor, compartamos la fe con nuestros hermanos.

Propósito:
Al entrar y salir de nuestros Centros, saludar a Cristo Eucaristía en la Capilla.

Meditación: Prediquen el Evangelio

Evangelio:
Mc 16, 15-20
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo:
“Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Estos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos”.

El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron y proclamaron el Eva por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predica ción con los milagros que hacían.

Meditación:
Jesús ha cumplido su misión en la tierra. Se encarnó, vivió una vida sencilla y humilde, predicó por Palestina y pasó haciendo el bien. Murió en la cruz por los hombres, venció al pecado y a la muerte con su resurrección y ahora está a punto de volver hacia al Padre.

Su partida hacia el Padre nos enseña que Jesús, aunque esté con el Padre, no está lejos de nosotros. Cada uno puede encontrarle en la oración, en la voz de la conciencia, en la Eucaristía, puede dirigirse a Él de tú a tú. Más aún, aunque le diéramos la espalda y pretendiéramos marginarlo de nuestra vida, Él siempre estaría cerca de nosotros.

Por medio de las líneas del evangelio también podemos recordar que Cristo resucitado tiene necesidad de testigos. Es así como el cristianismo ha llegado hasta nosotros, gracias a todos los hombres y mujeres que han desempeñado un efectivo y precioso papel en la difusión del evangelio.

Esto debe suscitar dos actitudes en nosotros, por un lado, hemos de agradecer a los santos de todos los tiempos que han dado su vida por Cristo, y por otro, debemos de tomar un papel comprometido en la Iglesia. Todo cristiano, a su manera, puede y debe ser testigo del Señor resucitado. Hay muchas personas a las que evangelizar. El mundo necesita de testigos convencidos de Cristo y su evangelio, en la familia, en la sociedad. Pidámosle al Señor que nos ayude a romper nuestros intereses mundanos y podamos darle una respuesta generosa.

Reflexión apostólica:
Al cristiano convencido todo es ocasión para transmitir a Cristo, toda situación humana, todo encuentro con las personas es una oportunidad para anunciar el mensaje del Reino de Dios.

Propósito:
Hoy reflexionaré sobre la orientación que doy a mi vida, rectificaré lo que sea necesario cambiar, para convertirme en verdadero testigo de Cristo.

Meditación: No fue Moisés, sino mi Padre, quien les da el verdadero pan del cielo

Evangelio:
Jn 6, 30-35
En aquel tiempo, la gente le pregunto a Jesús: “¿Qué señal vas a realizar tú, para que la veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo”.

Jesús les respondió: “Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo”.

Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de la vida. el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”.

Meditación:
Los judíos pedían a Jesús, una señal semejante al maná del desierto, ya que lo consideraban el alimento del pueblo mesiánico, y Jesús se presenta a Sí mismo como el verdadero alimento.

Cuán identificados estamos a veces con esta actitud de pedir a Jesús pruebas de su divinidad y de su omnipotencia. Y es que a veces el hombre se torna incrédulo, lo nubla su propia razón. Cuántas veces Señor, te he pedido, hasta he llegado a exigirte, solución a algún problema, poner fin al sufrimiento, aliviar algún padecimiento, etcétera. Y es que no entiendo tu pedagogía. Tú sabes cómo enseñarme, Tú mejor que nadie sabes por las pruebas que tengo que pasar, para poder salir de ellas más humano, más sensible al dolor del otro, y sobre todo con la experiencia viva de Tu amor, a través del sufrimiento. No debo olvidar que te quisiste quedar con nosotros en la Eucaristía, como presencia de amor y para ser nuestro alimento.

Reflexión apostólica:
El discípulo es la persona que va junto al Maestro, y no cuestiona tanto, confiando en la sabiduría de Aquél que lo ha escogido. Haz Señor que aumente mi fe, para que siempre pueda seguir tu voluntad, a partir de la realidad de mi vida particular.

Propósito:
Aceptaré las contrariedades de este día, como medio de santificación personal.

Meditación: No trabajen por el alimento que se acaba, sino por el que dura para la vida eterna

No podían refutar la sabiduría inspirada con que hablaba Esteban

Evangelio:
Jn 6, 22-29
Después de la multiplicación de los panes, cuando Jesús dio de comer a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago. Al día siguiente, la multitud, que estaba en la otra orilla del lago, se dio cuenta de que allí no había más que una sola barca y de que Jesús no se había embarcado con sus discípulos, sino que éstos habían partido solos. En eso llegaron otras barcas desde Tiberíades al lugar donde la multitud había comido el pan. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús.

Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste acá?” Jesús les contestó: “Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello”.

Ellos le dijeron: “¿Qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?” Respondió Jesús: “La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado”.

Meditación:
Hay que buscar afanosamente a Jesús, si es que queremos encontrarlo. Nos dice el Evangelio hoy, que la gente encontró por fin a Jesús, “a la otra orilla del mar”. ¿En qué “orilla” estoy yo y qué había en esa otra orilla para que Jesús estuviera allí con sus apóstoles? Es interesante la pregunta pero no se puede quedar en el aire. Cada quién, tú y yo, habremos de ver en dónde estamos parados; hay que analizarlo con tranquilidad, pero cuestionándose seriamente para ver si esta “orilla”, en la que estamos desarrollando la vida, es plataforma de superación humana y espiritual, o simplemente es terreno que estamos pisando…

Por otro lado, ¿qué es lo que hay en la otra orilla, en esa dónde Jesús estaba? No es cosa de imaginación, sino de ver en la realidad, a la luz del Evangelio, sus enseñanzas. En esa “orilla” el Señor quiere ver “la obra de Dios”, o sea la fe en su Persona, la esperanza que se cifra en la total confianza en su Palabra, y la caridad que, fundamentada en Dios, se vive en el amor al prójimo y se concreta en generosidad, en servicio, en amabilidad, en perdón, en paciencia, etc.; y allí está presente Jesús, alimentando todo ello con sus realidad Eucarística. Si aquellos le preguntaban, “Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?”, tú y yo podríamos añadir, “Jesucristo, ¿cuándo has llegado a mi vida?” Él, en su Iglesia, nos contesta: Con mi Vida, Muerte y Resurrección, hice posible que tú cruzaras a “mi orilla”, y sabes que te estoy siempre esperando, en la Eucaristía.

Reflexión apostólica:
Hemos de creer en el Hijo de Dios, enviado al mundo para salvarnos, quien con su vida y enseñanzas nos descubre el camino al Padre. Esa fe ha de estar imbuida por un amor personal, profundo, y apasionado a Jesucristo: ¡Esta es la plataforma de lanzamiento para el apostolado!.

Propósito:
Serviré a Jesucristo teniendo amabilidad en mi relación familiar.

Meditación: Los haré pescadores de hombres

Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo

Evangelio:
Jn 21, 1-14
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos

Meditación:
Después de la Pascua los apóstoles volvieron a su vida normal y rutinaria. Cuando Pedro decidió ir a pescar, los demás le siguieron sin vacilaciones. Ese era su oficio: la pesca. Sin embargo, aquella noche no pescaron absolutamente nada.

Es en estas circunstancias cuando Jesús se aparece de nuevo a sus discípulos. Lo hace con gran sencillez. Establece con ellos un contacto directo. Se dirige a ellos como lo hacen los amigos en las circunstancias más ordinarias de la vida, les invita a almorzar, les ofrece pan y pescado.

Los apóstoles le reconocen. Aquel rostro, aquellas manos, aquella voz que habían escuchando tantas veces, esos gestos… eran los de Jesús, pero transformado. Sí, están convencidos de que es Jesús, pero al mismo tiempo saben que ya no es el mismo. Se dirigen a Él con reverencia y le ven con nuevos ojos. Van comprendiendo que todo lo sucedido les compromete y les llama a ser ahora pescadores de hombres. La misma pesca milagrosa les indica los frutos que están llamados a dar como seguidores de Cristo.

La resurrección de Cristo nos debe comprometer, como a los discípulos, a extender el Reino de Dios y nos debe dar la certeza de la compañía cercana y amorosa de Cristo.

Reflexión apostólica:
La liturgia nos repite con frecuencia durante este tiempo: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos”, tengamos este pensamiento muy presente para vivir en clave de esperanza y de cara a la eternidad.

Propósito:
Vivir con una gran alegría sobrenatural pues Cristo Resucitado me ha ganado el cielo.

Meditación: Vieron a Jesús caminando sobre las aguas

Ha resucitado Cristo, el Señor, que creo el mundo, y que ha salvado a los hombres por su misericordia.

Evangelio:
Jn 6, 16-21
Al atardecer del día de la multiplicación de los panes, los discípulos de Jesús bajaron al lago, se embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaúm. Ya había caído la noche y Jesús todavía no los había alcanzado. Soplaba un viento fuerte y las aguas del lago se iban encrespando.

Cuando habían avanzado unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús caminando sobre las aguas, acercándose a la barca, y se asustaron. Pero él les dijo: “Soy yo, no tengan miedo”. Ellos quisieron recogerlo a bordo y rápidamente la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían.

Meditación:

Imaginemos la escena, los apóstoles habían vivido un día completo en compañía del Señor, a la otra orilla del mar de Galilea, habían escuchado su predicación dirigida a la multitud; Jesús había saciado el hambre de aquellas gentes al multiplicar los panes… ahora se encontraban en medio del lago, el viento soplaba y cuando vieron a Jesús se asustaron, tenían miedo.

Es increíble cómo a pesar de palpar los milagros, las curaciones hechas por Jesús, los apóstoles aún tienen miedo. Así somos los hombres, difíciles de convencer. En las inevitables pruebas y dificultades de la vida debemos renovar nuestra confianza en Jesús y no olvidar tan fácilmente que Él es Dios y que está a nuestro lado.

¡Cuánto bien nos hace confiar en Jesús! Un profundo acto de confianza y abandono en Él es capaz de transformar la vida. Confiarse al Señor infunde paz, nos hace reconocer su primacía en nuestra vida y nos abre a la humildad. En el corazón de Jesús encontraremos paz, alivio, alegría, porque su corazón es consuelo y amor para quien acude a Él con confianza.

Reflexión apostólica:

Reflexionemos en cuántos esfuerzos inútiles, cuántos fracasos encontramos cuando ponemos el centro de nuestra vida fuera de Dios, en cambio qué diferencia cuando Él es el primero en nuestra vida.

Propósito:

En todo lo que emprenda contaré con el Señor y le diré frecuentemente, “en ti confío”.

Meditación: Jesús distribuyó el pan a los que estaban sentados hasta que se saciaron

No solo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Evangelio:
Jn 6, 1-15
En aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea o lago de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto las señales milagrosas que hacía curando a los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos.

Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos. Viendo Jesús que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?” Le hizo esta pregunta para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: “Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan”. Otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: “Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?” Jesús le respondió: “Díganle a la gente que se siente”. En aquel lugar había mucha hierba. Todos, pues, se sentaron ahí; y tan sólo los hombres eran unos cinco mil.

Enseguida tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron. Después de que todos se saciaron, dijo a sus discípulos: “Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien”. Los recogieron y con los pedazos que sobraron de los cinco panes llenaron doce canastos.

Entonces la gente, al ver la señal milagrosa que Jesús había hecho, decía: “Este es, en verdad, el profeta que habría de venir al mundo”. Pero Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, él solo.

Meditación:

El cuarto evangelio nos presenta uno de esos días en que las multitudes seguían a Jesús. Al Maestro le preocupaba que no tuvieran algo de comer. Y le lanza a Felipe una pregunta precisa, quiere escuchar del apóstol una sugerencia sobre cómo resolver la situación.

Esto nos muestra cómo el Señor actúa por medio de instrumentos, y no de forma directa. Nosotros como Felipe, hemos de ser puentes entre Dios y los hombres; como canales abiertos hacia Jesús. Nuestras vidas deben ayudar a otros a encaminarse a Cristo.

Por otra parte, es curioso ver al apóstol Felipe dándole a Jesús la respuesta de un administrador o un ecónomo: “Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan”. Así suelen ser nuestras respuestas, llenas de sentido práctico. Y así nos conducimos en la vida, dándole a Dios explicaciones muy realistas pero a la vez muy terrenas de lo que conviene hacer. Nuestra fe, debería abrirse a un nivel más elevado en el que le dejemos más libertad a Dios para actuar en nuestra vida.

Sabemos cómo termina este pasaje evangélico y lo que hizo Jesús: realizó el milagro de la multiplicación de los panes. Pero ¿cómo lo hizo? Tomó los cinco panes y los dos peces de un muchacho. Es decir, pudo realizar el milagro gracias a que alguien compartió lo que tenía.

Nuestros recursos serán siempre insuficientes, podríamos decir que hasta ridículos y pobres. Pero cuando los ofrecemos a Jesús, Él nos los bendice, ¡Él realiza milagros con nuestra vida!

Reflexión apostólica:

Todos tenemos algo que ofrecerle a Dios Nuestro Señor, por más pequeño que parezca. Pongamos todos nuestros recursos al servicio de la Iglesia.

Propósito:

Ponerme al servicio de Jesús este día, diciéndole ¿cómo te puedo servir hoy en mis hermanos?

Thursday, April 19, 2007

Meditación: El Padre ama a su Hijo y todo lo ha puesto en sus manos

Tomás, tu crees, por que me haz visto. Dichosos los que creen sin haberme visto, dice el Señor.

Evangelio:
Jn 3, 31-36
“El que viene de lo alto está por encima de todos; pero el que viene de la tierra pertenece a la tierra y habla de las cosas de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. Da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Aquel a quien Dios envió habla las palabras de Dios, porque Dios le ha concedido sin medida su Espíritu.

El Padre ama a su Hijo y todo lo ha puesto en sus manos. El que cree en el Hijo tiene vida eterna. Pero el que es rebelde al Hijo no verá la vida, porque la cólera divina perdura en contra de él”.


Meditación:
Dios da la oportunidad a cada uno para dar testimonio, para manifestarnos a su favor. Juan el Bautista vivió para cumplir esa misión: Anunciar la venida del Señor, y prepararle el camino, buscando la reflexión sobre lo que el Espíritu le inspiraba.

Esta misión no es ajena a ti y a mí. Cada quién, en su estado de vida, asumiendo con alegría y responsabilidad lo que la vocación escogida nos demanda, sabe que tiene la oportunidad de hacer saber a los demás, que la vida tiene un sentido y una dirección en la persona de Jesucristo, muerto y resucitado. Una ayuda para personalizar esta consideración es hacerse las siguientes preguntas: ¿En qué virtud he de trabajar para dar un auténtico testimonio del Señor?, y ¿cómo o qué medios he de utilizar en el esfuerzo diario para irla adquiriendo?

Reflexión apostólica:
Leamos cuidadosamente en este evangelio (Jn 3, 31-36), las reflexiones del último testimonio de Juan el Bautista que nos presenta Juan el Evangelista. Puede ser para nosotros la clave del anuncio que el Señor nos pide transmitir.

Propósito:
Empezar o continuar mi camino en esa virtud que mi familia necesita ver en mí.

Meditación: Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que el que crea en él, tenga vida eterna.

Evangelio:
Jn 3, 16-21
“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el Hijo único de Dios.

La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.

Meditación:
A la luz del Evangelio, Señor, me cuestiono si realmente percibo la grandeza del amor de Dios por mí. Y me doy cuenta que, a ese amor, mi libertad ha pretendido ponerle limitaciones ya que no siempre mis obras han dejado que fluya en el alma la gracia de la Redención.

Hoy sé que me pides, Señor, me haga la siguiente reflexión: El Hijo de Dios fue enviado por el Padre para mi salvación; vivió para enseñarme la verdad, el amor y el bien en el pensar y en el actuar; me reveló que soy querido por el Padre celestial y que el Espíritu Santo sería mi socio en el esfuerzo por caminar hacia la eternidad; padeció y murió por mí; resucitó para mí; está de nuevo con el Padre esperándome a mí… Y me pregunto ante Ti, Señor, ¿qué respuesta provoca tu Verdad en mi corazón?…

Reflexión apostólica:
El apóstol no deja un solo día de tener esa conversación íntima con Jesucristo, en la que recibe la luz del amor que es imprescindible en toda labor apostólica.

Propósito:
Hacer hoy a mi prójimo una obra buena en el nombre del Señor.

Meditación: Nadie ha subido al cielo sino el hijo del hombre, que bajo del cielo

El hijo del hombre debe ser levantado en la cruz, para que los que creen en él, tengan vida eterna.

Evangelio:
Jn 3, 7-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu”. Nicodemo le preguntó entonces: “¿Cómo puede ser esto?”

Jesús le respondió: “Tú eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Yo te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.

Meditación:

Al iniciar nuestra oración podemos ponernos con el pensamiento junto a Nicodemo e imaginar que el Señor también habla con nosotros como habló con él. En el Evangelio de hoy Jesús nos habla de un “renacer” y puede ser que no entendamos profundamente lo que nos quiere decir con eso. Tengamos el valor de confesarle que no le comprendemos. Hablemos con Jesús y preguntémosle con toda confianza, ¿cómo ocurre esto? ¿Cómo puede uno volver a nacer?

La respuesta, es quizá sorprendente. Esto sucede por el bautismo. Nuestro bautismo es realmente una muerte y una resurrección. Es un renacer, una transformación en una vida nueva. Tras el bautismo, sí seguimos siendo los mismos, pero al mismo tiempo ya no somos los mismos. Somos insertados en Cristo. Como cristianos vivimos de la gracia y vida divina. Vivimos esta nueva vida porque somos amados por Aquél que es la Vida. ¿Cómo nos da Jesús su vida? Nos viene de su sacrificio en la cruz, nos viene de la Eucaristía.

Nosotros debemos aprender también a entregar nuestra vida. Los mártires y los santos dieron toda su vida al Señor, pero la vida no se da sólo en la muerte o en el martirio. Podemos dar nuestra vida día a día. Dios no nos ha dado la vida sólo para tenerla o disfrutarla. Nos ha dado la vida para que también la demos. Así que cada día debemos aprender a desprendernos de nosotros mismos y estar a disposición de lo que el Señor nos pida en cada momento.

Reflexión apostólica:
No olvidemos que el amor a Dios y el amor al prójimo se funden entre sí. Sólo alimentándonos con frecuencia de la Eucaristía podremos darnos a los demás.

Propósito:
Buscar este día dar mi vida a los demás en el servicio y la caridad.

Meditación: El que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios

Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas del cielo, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios.

Evangelio:
Jn 3, 1-8
Había un fariseo llamado Nicodemo, hombre principal entre los judíos, que fue de noche a ver a Jesús y le dijo: “Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer las señales milagrosas que tú haces, si Dios no está con él”.

Jesús le contestó: “Yo te aseguro que quien no renace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo le preguntó: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo ya viejo? ¿Acaso puede, por segunda vez, entrar en el vientre de su madre y volver a nacer?”

Le respondió Jesús: “Yo te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del Espíritu, es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu”.


Meditación:
Nicodemo era un hombre creyente y preocupado por conocer las cosas de Dios. Pese a ello, sólo reconocía a Jesús como enviado Suyo y no como su Hijo. Sin embargo, hoy podemos aprender mucho de este personaje.

Como nos muestra el Evangelio, Nicodemo aparentemente no estaba muy dispuesto a que se supiera que se había acercado a Jesús; no quería comprometer su puesto, razón por la cual fue a buscarlo durante la noche, sin saber que iba a salir de la oscuridad a la claridad de un mundo nuevo.

Al reflexionar el Evangelio de hoy, podemos percibir dos niveles en la comunicación entre Jesús y Nicodemo. Este último expone el racional, que lo lleva a concluir que para realizar señales como las de Jesús, solamente era factible contando con la presencia de Dios en Él. El lenguaje espiritual de Jesús es incomprensible para Nicodemo, por el momento, pero el Señor confía, no sólo en su inteligencia, sino también en su buena fe y en su afán de conocer la verdad.

La barrera que tenemos los hombres para abrirnos a la sabiduría de Dios no es, como se podría pensar, falta de inteligencia, sino exceso de autosuficiencia y soberbia, que cierran la posibilidad de ver más allá de nosotros, de nuestro saber y de nuestro criterio.

Reflexión apostólica:
Estemos siempre abiertos a la acción del Espíritu Santo para ser transparentes en nuestra fe y disponibles a lo que el Señor pida de nosotros. No descuidemos la preocupación por formarnos, y en la oración, por descubrir cada vez más, la sabiduría de Dios.

Propósito:
Voy a escuchar, con la paciencia de Jesús, a ese hijo adolescente.

Meditación: La divina misericordia

Ocho días después, se les apareció Jesús

Evangelio:
Jn 20, 19-31
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.

Meditación:
Las páginas del evangelio nos describen que el Señor resucitado, entró en el lugar donde se encontraban los apóstoles a través de las puertas cerradas. Esta imagen es discreta pero significativa. Nosotros continuamente caemos en la tentación de cerrar nuestras puertas. No queremos ser molestados ni por los demás, ni por Dios. Creemos encontrarnos más cómodos enclaustrados en nuestros egoísmos. Por el contrario, como criaturas de Dios e hijos suyos, debemos abrirle nuestro corazón de par en par, para que como a los apóstoles nos de su paz.

No olvidemos que en estos días santos Jesús nos trae la paz a cada uno, de modo muy personal. El Señor nos dice ¡la paz contigo! La paz no es simplemente un estado emocional, no es la ausencia de problemas, tampoco es algo que se nos da, la paz es Cristo mismo, es el darse de Jesús a nosotros, pues sólo Él es la Paz.

Al leer este pasaje evangélico, es inevitable reflexionar también en la incredulidad de Tomás. Nosotros, como él, a veces sentimos que nuestra fe es débil, y buscamos evidencias tangibles. Jesús en cambio, nos llama a tener una fe viva, a fiarnos y esperar siempre en Él.

Por otra parte, Tomás afirmó que sólo reconocería a Jesús a través de sus llagas, cuando tocara con su mano la herida de su costado. En esto el apóstol nos da una gran lección. Meditar en las llagas de Jesús nos puede hacer redescubrir su amor y corresponderle.

Reflexión apostólica:
Cuando hablemos de Cristo a los demás, no temamos presentar al Cristo Crucificado. Su amor es capaz de conquistar hasta el corazón más duro.

Propósito:
Vivir hoy con una fe más viva, más ardiente, más confiada en Jesús.

Meditación: Sábado dentro de la Octava Pascua

Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.

Evangelio:
Mc 16, 9-15
Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, Jesús se apareció primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete demonios. Ella fue a llevar la noticia a los discípulos, los cuales estaban llorando, agobiados por la tristeza; pero cuando la oyeron decir que estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.

Después de esto, se apareció en otra forma a dos discípulos, que iban de camino hacia una aldea. También ellos fueron a anunciarlo a los demás; pero tampoco a ellos les creyeron.
Por último se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo habían visto resucitado. Jesús les dijo entonces: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”.

Meditación:

“Tristes y llorosos” nos dice el Evangelio que estaban tus discípulos, Señor. Me pones a pensar con ello, si acaso no me estoy aferrando a un cristianismo de pesar y de dolor, y por lo tanto, dudando de tu Resurrección.

Hemos de vivir en su totalidad el Misterio Pascual, sin desconectar Pasión y Muerte, de Resurrección. Podría ser que nos sintiéramos muy identificados con la primera y hasta nos gustara estar “tristes y llorosos”, sólo sufriendo con Jesús, sin pensar que estaríamos viviendo así una religión sin perspectiva, ajenos a la luz del triunfo de la Resurrección. Así iríamos caminando por el mundo como cristianos tristes, y sin querer, contagiando pesar y sufrimiento, sin dar a conocer el mensaje total del Evangelio, que culmina con la alegría y el gozo de la Resurrección…

Reflexión apostólica:
La Virgen Santísima nos dice como en Caná: “Haced lo que Él os diga” y para sus apóstoles esto se traduce en: ¡Evangelizad!”

Propósito:
Ponerme de acuerdo con mi familia para dar a conocer el Evangelio juntos.

Saturday, April 14, 2007

NO A LA LEGALIZACION DEL ABORTO EN MEXICO

Actualmente se discute la posibilidad de legalizar el aborto en México. Como ciudadano mexicano me opongo totalmente a esta ley inhumana. No permitamos que en nuestras leyes sea "legal" poder quitarle la vida a un ser humano.

Friday, April 13, 2007

Meditación: Viernes dentro de la Octava Pascua

Se acercó Jesús, tomó el pan y se lo dio a sus discípulos y también el pescado.

Evangelio:
Jn 21, 1-14
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces Él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se le había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”.

Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’. Porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Meditación:
Aunque el amor de Juan le permite percibir antes que nadie la presencia del Señor, y la fe de Pedro, lo lanza al mar y llega antes que ninguno junto a Él, es a todos que Jesucristo espera a la orilla del Lago de Tiberíades; a todos atiende, a todos alimenta, a todos les muestra su amor. Así eres también con nosotros, Señor, cuando nos encuentras unidos en el sentir y en el pensar, apoyando la misión de la Iglesia. Allí es donde, si te amamos, te podemos encontrar. Allí es donde la fe se acrecienta recibiendo a Jesucristo que se nos da bajo la apariencia de pan.

A orillas del lago Tiberíades los esperabas, Señor, y a nosotros siempre nos aguardas en el Sagrario para que nos encontremos contigo y nos puedas atender con tu amor.

Reflexión apostólica:
Ante el Sagrario, el apóstol pide por el Papa y por la Iglesia, y también la bendición de Jesucristo para que haya eficacia en el apostolado.

Propósito:
Siempre con el Papa…

Meditación: Jueves dentro de la Octava Pascua

Está escrito que Cristo tenía que padecer y tenía que resucitar de entre los muertos al tercer día.

Evangelio:
Lc 24, 35-48
Cuando los dos discípulos regresaron de Meaux y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Ellos desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: “No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona.

Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”. Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: “¿Tienen aquí algo de comer?” Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.

Después les dijo: “Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”.

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto”.

Meditación:
Desde entonces Jesucristo se hace presente diariamente en toda Celebración Eucarística, en “el partir el pan”. ¡Cuánto perdemos al no asistir y participar en la Santa Misa, y qué milagro presenciamos siempre que acudimos! Allí se hace presente Jesucristo por el Espíritu Santo y se nos da la oportunidad de unirnos con Él para gloria del Padre.
Es el mismo Jesucristo resucitado que, como a los Once, viene a disiparnos las dudas, los miedos y a fortalecernos ante los sobresaltos de la vida.

En esa media hora, viene el Señor a darnos su paz, la que habremos de comunicar a los demás y se hace presente entre sus fieles invitándonos a permanecer en Él, y así poder dar fruto. Allí recibimos el alimento que ¡es Cristo!… y Él nos abre la inteligencia para comprender las Escrituras, y actúa en la voluntad para que ésta las haga vida.

Reflexión apostólica:
La Hora Eucarística es para el apóstol un tiempo de intimidad con su Señor Jesucristo, que le provoca ¡alegría y asombro!

Propósito:
No al pesimismo; sí a la alegría del cristiano.

Meditación: Miércoles dentro de la Octava Pascua

Lo reconocieron al partir el pan.

Evangelio:
Lc 24, 13-35
El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Meaux, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: “De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”
Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” Él les preguntó: “¿Qué cos?” Ellos les respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”.

Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.

Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”

Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Meditación:
¡Quédate conmigo, Señor; no me dejes! Te digo así como los de Emaús, en los momentos que experimento tu paz, tu amor, tu misericordia y tu consuelo. Y sin embargo, desapareces; pero ya no me dejas en la angustia y zozobra de mis dificultades, inquietudes o problemas.

A la luz del Evangelio veo, Señor, que has estado conmigo realmente y que me has sugerido que me levante, y que si me he alejado de ese grupo de personas con las que me reunía contigo semanalmente, vuelva sobre mis pasos y acuda a verlas.
Así, de nuevo, podré conversar sobre Ti y oír lo que me dices a través de ellas, comentar las cosas que pasan buscando tu criterio, y participar en proyectos apostólicos anunciando y proclamando tu Resurrección y tu Reino.

Reflexión apostólica:
Llevando a Cristo en el alma, el apóstol se presenta en el camino de las personas que se alejan de su Iglesia y con humildad, oración, testimonio de obra y de palabra, se esfuerza para que no la dejen.

Propósito:
Confiar a Dios mi familia.

Meditación: Martes dentro de la Octava Pascua

He visto al Señor y me ha dado este mensaje.

Evangelio:
Jn 20, 11-18
El día de la resurrección, María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron: “¿Por qué estás llorando, mujer?” Ella les contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto”.

Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: “Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?” Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió: “Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto”. Jesús le dijo: “¡María!” Ella se volvió y exclamó: “¡Rabuní!”, que en hebreo significa ‘maestro’. Jesús le dijo: “Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios’”.

María Magdalena se fue a ver a los discípulos para decirles que había visto al Señor y para darles su mensaje.

Meditación:

Cuando la vida nos sonríe, cuando nos sentimos fuertes, sanos y con plena capacidad para pensar, trabajar y disfrutar, aunque Jesucristo esté resucitado en el mundo, en su Iglesia y entre nosotros, quizás no se nos ocurre buscarlo. Y qué importante sería que, para el bien de todo ello, en ese tiempo de bonanza nos percatáramos de la presencia del Señor. Si fuera así, nuestras facultades, nuestros bienes, nuestra salud y nuestra energía puestos a su servicio nos llevarían a cooperar activamente en apostolados y beneficiarían eficazmente la misión de la Iglesia. Si tú y yo tenemos la certeza de Jesús Resucitado, vivamos con la conciencia de ser hijos del Padre celestial y de que todos somos, en Cristo, hermanos.

Reflexión apostólica:
Tener la conciencia de que Jesús resucitó y está siempre con nosotros, hace la diferencia que todavía no han encontrado para su vida muchos hombres, y que es nuestra responsabilidad anunciarles.

Propósito:
Leer con atención la última frase del texto y encontrarle aplicación en la relación familiar.

Meditación: Lunes dentro de la Octava Pascua

Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán.

Evangelio:
Mt. 28, 8-15
Después de escuchar las palabras del ángel, las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”.

Mientras las mujeres iban de camino, algunos soldados de la guardia fueron a la ciudad y dieron parte a los sumos sacerdotes de todo lo ocurrido. Estos se reunieron con los ancianos, y juntos acordaron dar una fuerte suma de dinero a los soldados, con estas instrucciones: “Digan: ‘Durante la noche, estando nosotros dormidos, llegaron sus discípulos y se robaron el cuerpo’. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos arreglaremos con él y les evitaremos cualquier complicación”.
Ellos tomaron dinero y actuaron conforme a las instrucciones recibidas. Esta versión de los soldados se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de hoy.

Meditación:
Jesús premia la decisión de las mujeres de dar a conocer a los apóstoles lo que el Ángel les había dicho, apareciéndose a ellas antes que a nadie, y confiándoles un mensaje para aquellos.
A la luz de tu Evangelio hoy aprendo, Señor, que todas esas veces que entusiasmado quiero correr a comunicar lo que sobre Ti, Señor, oigo en un retiro, en Ejercicios Espirituales, o quizás hablar sobre una experiencia espiritual, no lo haga sin antes tener un rato de oración contigo. Pues así como te apareciste a las mujeres y les dabas el mensaje exacto y preciso de lo que había que decirles a tus discípulos, pienso que acercándome a Ti, el Espíritu Santo me ayudará a darle forma eficaz a lo que quiero comunicar y sobre todo podré saber lo que Tú, Señor, quieres que diga.

Reflexión apostólica:
Somos apóstoles buscando comunicar la verdad de Jesucristo. Muchas personas aceptan rumores que dañan a su Iglesia y se alejan de ella. ¡No podemos dejar de evangelizar un solo día!

Propósito:
No decir una sola mentira o “media verdad”.

Monday, April 09, 2007

Meditación: Domingo de Pascua de la Resurección del Señor

¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas!

Evangelio:
Lc 24, 13-35
El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.

Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”

Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” Él les preguntó: “¿Qué cosa?” Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”.

Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a el.

Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, por que ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”

Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Meditación:

El texto del Evangelio nos narra el encuentro de Cristo con aquellos dos discípulos que iban camino de Emaús.

Se alejaban de Jerusalén, después de los acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús. Hablaban de los últimos días y caminaban con aire entristecido, su fe en Jesús se estaba derrumbando ante el aparente fracaso de la cruz.

También nosotros podemos llegar a experimentar el desaliento, las dificultades de la vida o nuestras propias faltas nos pueden impacientar, hacernos desistir de la lucha por la santidad. Ante esto, debemos recordar que Jesús, como a los discípulos de Emaús nos acompaña en el camino, está siempre con nosotros.

El pasaje evangélico nos narra cómo mientras los discípulos andaban, se les acercó un peregrino que les preguntó por qué estaban tan tristes. Cuando le explicaron su pesar, comenzó a interpretarles las Escrituras en sentido mesiánico, les explicó que el Mesías debía liberar a la humanidad del pecado.

Jesús les enseña que su pasión y muerte, no habían sido algo inútil, sino que, eran el precio de la redención. ¡Qué maravillosa explicación debió ser aquella que encendió los corazones de esos apóstoles! ¡Con qué espíritu deberíamos nosotros acercarnos también a la Palabra de Dios y así Él podría acrecentar nuestra fe y esperanza en Él!

Al llegar la tarde, el peregrino se hospedó con los discípulos, comenzó la cena y al partir el pan le reconocieron: ¡Jesús ha resucitado!

Si le pedimos a Jesús, como aquellos dos hombres, que se quede con nosotros, nos ofrecerá también su Eucaristía. No olvidemos que allí nos espera para revivir con nosotros todo lo ocurrido en el camino a Emaús.

Reflexión apostólica:
La condición para poder llevar a los demás el mensaje de Cristo, es la fe, el amor y la esperanza viva en Él.

Propósito:
Acercarme a Cristo Eucaristía y pedirle que renueve mi fe en Él.

Meditación: Sábado santo de la sepultura del Señor

Vigilia Pascual en la noche Santa

Evangelio:
Lc 24, 1-12
El primer días después del sábado, muy de mañana, llegaron las mujeres al sepulcro, llevando los perfumes que habían preparado. Encontraron que la piedra ya había sido retirada del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.

Estando ellas todas desconcertadas por esto, se les presentaron dos varones con vestidos resplandecientes. Como ellas se llenaron de miedo e inclinaron el rostro a tierra, los varones les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado. Recuerden que cuando estaba todavía en Galilea les dijo: ‘Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado y al tercer día resucite’”. Y ellas recordaron sus palabras.

Cuando regresaron del sepulcro, las mujeres anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana, María (la madre de Santiago) y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les parecían desvaríos y no les creían.
Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se asomó, pero sólo vio los lienzos y se regresó a su casa, asombrado por lo sucedido.

Meditación:
Los mensajeros de Dios, vestidos de blanco, dijeron a las mujeres que buscaban el cuerpo del Señor en el sepulcro que Jesús había resucitado, y este es el mismo mensaje que nos dirige hoy el evangelista San Lucas: ¡Jesús está vivo!

Sin embargo, al vivir inmersos en nuestras ocupaciones se nos puede escapar la grandeza de este anuncio. ¿Qué debe significar para nosotros hombres del siglo XXI la resurrección de Jesús?

Jesús murió por amor en la cruz. Pero no podía morir para siempre porque Él como segunda persona de la Trinidad es Vida. Su resurrección es una invitación a participar para siempre de su vida en el cielo. Esto no significa desentendernos de los compromisos de cada día, más bien quiere decir impregnar nuestras actividades con una dimensión sobrenatural. En medio de la cotidianeidad, podemos vivir en Cristo. De esta manera la resurrección no es un algo del pasado, sino que toca íntimamente nuestras vidas.

La Pascua además, debe redimensionar toda nuestra existencia de cara a la eternidad, ha de producir una inmensa alegría, porque la resurrección de Cristo quiere decir que la gracia vence al pecado, que estamos destinados a participar en su resurrección.

El ejemplo de las mujeres que anunciaron estas cosas a los Once y a todos los demás, nos debe estimular a salir de nosotros mismos y llevar el Evangelio a todas las personas con las que nos encontremos. ¡Que la fuerza de Jesús resucitado nos llene de valentía y libertad para proclamar nuestra fe en Él!

Reflexión apostólica:
Hoy puede ser una oportunidad para renovar nuestra fe en la resurrección y en base a ella, reorientar nuestra vida y nuestras acciones con una perspectiva más sobrenatural.

Propósito:
Analizar mi conciencia para ver si vivo con el corazón en el cielo o más bien está apegado a las cosas de la tierra.

Meditación: Viernes Santo de la Pasión del Señor

Evangelio:
Jn 18, 1-19, 42

Apresaron a Jesús y lo ataron
En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y entró en el huerto con linternas, antorchas y armas.

Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscan?” Le contestaron: “A Jesús, el nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo soy”. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les volvió a preguntar: “¿A quién buscan?” Ellos dijeron: “A Jesús, el nazareno”. Jesús contestó: “Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan”. Así se cumplió lo que Jesús había dicho: ‘No he perdido a ninguno de los que me diste’.

Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: “Mete la espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?”

Llevaron a Jesús primero ante Anás
El batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: ‘Conviene que muera un solo hombre por el pueblo’.

Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?” Él dijo: “No lo soy”. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.

El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó: “Yo he hablado abiertamente al mundo y he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, sobre lo que les he hablado. Ellos saben lo que he dicho”.

Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús, diciéndole: “¿Así contestas al sumo sacerdote?” Jesús le respondió: “Si he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?” Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.

¿No eres tú también uno de los discípulos? No lo soy.
Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: “¿No eres tú también uno de sus discípulos?” Él lo negó diciendo: “no lo soy”. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo: “¿Qué no te vi yo con él en el huerto?” Pedro volvió a negarlo y enseguida cantó un gallo.

Mi Reino no es de este mundo.
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana y ellos no entraron en el palacio para no incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua.

Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo: “¿De qué acusan a este hombre?” Le contestaron: “Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído”. Pilato les dijo: “Pues llévenselo y júzguenlo según su ley”. Los judíos le respondieron: “No estamos autorizados a dar muerte a nadie”. Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.

Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?” Pilato le respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús le contestó: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “¿Con que tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Pilato le dijo: “¿Y qué es la verdad?”

Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: “No encuentro en él ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?” Pero todos ellos gritaron: “¡No, a ése no! ¡A Barrabás!” (El tal Barrabás era un bandido).

¡Viva el rey de los judíos!
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura, y acercándose a él, le decían: “¡Viva el rey de los judíos!”, y le daban de bofetadas.

Pilato salió otra vez afuera y les dijo: “Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en él ninguna culpa”. Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: “Aquí está el hombre”. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” Pilato les dijo: “Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él”. Los judíos le contestaron: “Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”.

Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: “¿De dónde eres tú?” Pero Jesús no le respondió. Pilato le dijo entonces: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?” Jesús le contestó: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”.

¡Fuera, fuera! Crucifícalo
Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: “¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!; porque todo el que pretende ser rey, es enemigo del César”. Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: “Aquí tienen a su rey”. Ellos gritaron: “¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!” Pilato les dijo: “¿A su rey voy a crucificar?” Contestaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que el César”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

Crucificaron a Jesús y con él a otros dos
Tomaron a Jesús y él, cargando con la cruz, se dirigió hacia el sitio llamado “la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno de cada lado, y en medio Jesús. Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito: ‘Jesús el nazareno, el rey de los judíos’. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Soy rey de los judíos’”. Pilato les contestó: “Lo escrito, escrito está”.

Se repartieron mi ropa
Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: “No la rasguemos, sino echemos suertes para ver a quién le toca”. Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica. Y eso hicieron los soldados.

Ahí está tu hijo – Ahí está tu madre
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre”. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.

Todo está cumplido
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la oca. Jesús probó el vinagre y dijo: “Todo está cumplido”, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Inmediatamente salió sangre y agua
Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.

El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura: No le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.

Vendaron el cuerpo de Jesús y lo perfumaron
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que lo dejara levarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.

Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe.

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con esos aromas, según se acostumbra enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la preparación de la Pascua y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús.

Meditación:
El Viernes Santo es un día por excelencia para acompañar a Jesús en su soledad, hacia el "via crucis”. Es un día para contemplar su amor hasta el final, porque para redimirnos tuvo que derramar su sangre y realizar el sacrificio más duro.Hoy es un día para contemplar “al que traspasaron”, miremos sus cabeza coronada de espinas, sus brazos extendidos clavados al madero, sus pies sosteniendo su cuerpo lleno de dolor, y su costado abierto, sangrando… Esta es la revelación más grande del amor de Dios. Desde ahí no sólo nos pide, sino que nos suplica y hasta mendiga nuestro amor.

A ese extremo llega la donación de Dios. Jesús nos ofrece un amor gratuito y desea ser correspondido por cada uno de nosotros, espera que aceptemos su amor y que finalmente nos decidamos a seguirle. Aceptar su amor significará para nosotros comprometernos a amar a nuestro prójimo con su mismo amor.

Ahora fijémonos que del costado de Cristo sale “sangre y agua”. Estos elementos son considerados símbolos del misterio de la Eucaristía en las especies del pan, pero especialmente del vino. Pensemos que así como la vid debe podarse muchas veces, y la uva tiene que madurar con el sol, el viento, la lluvia, y luego ser aplastada… así nuestra fe debe madurar. No nos podemos quedar indiferentes, contemplando el sufrimiento de Cristo.

Muchos vieron a Jesús, aquel Viernes Santo colgado del madero, pero pocos descubrieron en Él al Salvador. ¡Correspondámosle hoy con toda la capacidad de nuestra pequeñez!

Reflexión apostólica:
Frente a un mundo que olvida la Pasión del Señor, vivamos este día con sentido apostólico, invitando a otros a encontrarse con el Crucificado.

Propósito:
Vivir este día con sentido de respeto, silencio, recogimiento, y oración, acompañando al Señor que muere por nosotros.

Friday, April 06, 2007

Video: Recordando La Pasión de Cristo

Disponte a acompañar a nuestro Señor Jesucristo en esta cuaresma recordando en este cortometraje la película de "La Pasión". Del ejemplo de Cristo puedes tú también sacar la fuerza para poder hacer cada día la voluntad de Dios.

Meditación: Misa del Santo Crisma

Evangelio:
Lc 4, 16-21
En aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.

Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que ustedes acaban de oír”.


Meditación:
El Espíritu Santo llevaba a Jesús a cumplir todo lo que de él se había dicho en las Escrituras, por eso Cristo pudo afirmar: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que ustedes acaban de oír”. ¡Qué fiel es Jesús al Espíritu Santo y al plan de Dios! Así es Jesús, desapegado y desprendido de todo, para realizar sólo la voluntad de su Padre.

Nosotros hemos de vivir con ese mismo afán de “cumplir” el plan de Dios sobre nosotros. Pensemos que esto es lo más grandioso que podemos realizar en la vida. No hay proyecto humano, por más atractivo que sea, que pueda superar la grandeza del plan de Dios; y Él nos quiere santos, nos quiere apóstoles.

La misión de Jesús no se puede separar del Espíritu Santo. Él es nuestro abogado, nuestro consolador, el guía que nos lleva a Jesús. El texto del evangelio de hoy nos invita a vivir siempre de acuerdo con las inspiraciones del Espíritu Santo, como lo hacía Jesús, de modo que dejemos que sea Él quien nos guíe en nuestras decisiones y en nuestras acciones. Porque el Espíritu Santo debe ser el verdadero protagonista en nuestra vida cristiana.

Esta Semana Santa especialmente, el Espíritu Santo quiere darnos a conocer el corazón de Cristo, que lleguemos a penetrar en el gran amor que le llevó a entregarse por nosotros en la cruz.

Esta es la misión del Espíritu Santo, iluminar nuestro corazón humano, y revelarnos a Cristo crucificado y resucitado, señalarnos el camino más adecuado para hacernos semejantes a Él.

Reflexión apostólica:
A la luz del ejemplo de Cristo que se adhiere al Padre, pongamos en todo y sobre todo la voluntad de Dios.

Propósito:
Seguir fielmente las inspiraciones del Espíritu Santo escuchándole en la voz de nuestra conciencia.

Wednesday, April 04, 2007

Video: Recordando al Papa Juan Pablo II

Recordando al Papa Juan Pablo II ahora que se cumplen 2 años de que fuera llamado a la casa del Padre.

Meditación: ¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado!

No he sustraído mi rostro a los insultos y salivazos

Evangelio:
Mt 26, 14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?” Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo.

El primer día de la fiesta de los panes Azimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?” Él respondió: “Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa’”. Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua.

Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce y mientras cenaban, les dijo: “Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme”. Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: “¿Acaso soy yo, Señor?” Él respondió: “El que moja su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido”. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Acaso soy yo, Maestro?” Jesús le respondió: “Tú lo has dicho”.


Meditación:
Viendo que la codicia consumó la traición de Judas, me doy cuenta de lo indispensable que es para el cristiano, Señor, examinarse diariamente y confrontar las causas y las motivaciones de sus actos.

Un balance diario, ante Jesucristo, de lo acontecido y de las actitudes vividas, da la pauta de lo que hay en la conciencia y, sobre todo, se va uno percatando de lo que se está manifestando aunque sea incipiente, y que frena o distorsiona el bien y la verdad que Jesús propone. El balance que tantas veces pospongo, es la gran herramienta que permite limar los defectos antes de que éstos se conviertan en problema y se adueñen de la voluntad. Allí puedo ir detectando las inclinaciones de mi temperamento que, sin que el trabajo en una virtud las contrarreste, pueden llegar a traicionar la vida de la gracia que el Señor, en el Bautismo, por sus méritos me regaló…

Reflexión apostólica:
Jesucristo confía a cada uno personalmente y a cada equipo apostólico una tarea... Escuchando al Espíritu Santo no sólo entendemos lo específico del requerimiento, sino que contaremos con su ayuda para llevarlo a cabo eficientemente, y lo veremos como la voluntad de Dios para nosotros.

Propósito:
Darle calidad al balance diario.

Meditación: No cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces

Uno de ustedes me entregará.

Evangelio:
Jn 13, 21-33. 36-38
En aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: “Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar”. Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha. Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: “¿De quién lo dice?” Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?” Le contestó Jesús: “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar”. Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él Satanás.

Jesús le dijo entonces a Judas: “Lo que tienes que hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los comensales entendió a qué se refería; algunos supusieron que, como Judas tenía a su cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el bocado, salió inmediatamente. Era de noche.

Una vez que Judas se fue, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.

”Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero como les dije a los judíos, así se lo digo a ustedes ahora: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden ir’”. Simón Pedro le dijo: “Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús le contestó: “¿Con que darás tu vida por mí? Yo te aseguro que no cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres veces”.

Meditación:
¡Qué duro para Ti, Señor, la traición de uno de los Doce! Con tus palabras avisabas a Judas que sabías lo que pasaba en su interior, le pides hacer pronto lo que iba a hacer y todavía le das el bocado que lo puede hacer reflexionar…

Hoy, martes santo, yo, Señor, que me considero de los tuyos no sólo por ser hijo de tu Iglesia, sino porque he sido llamado a ser tu servidor, me tengo que hacer esta pregunta: Al ser miembro del Cuerpo de Cristo, ¿estoy sólo atesorando bienes, viviendo rutinaria y superficialmente los medios y las bendiciones que se me proponen, o realmente me estoy esforzando por caminar con Jesucristo, viviendo lo que aprendo y abierto a que el Espíritu Santo actúe en mí? En esto puede estribar la diferencia entre vivir en la luz de Jesucristo o llegar a escoger la noche de las tinieblas.

Reflexión apostólica:
No nos engañemos; si no tenemos un auténtico amor a todos en Cristo, si nuestro servicio a los demás implica “ambición”, poder y vanagloria, somos traidores, no discípulos ni apóstoles.

Propósito:
Fijarme en no negar hoy a Jesucristo con faltas de amor a mi prójimo.

Meditación: No gritará ni hará oír su voz en las plazas

Déjala, esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura

Evangelio:
Jn 12, 1-11
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del perfume.

Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamó: “¿Por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?” Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban en ella.

Entonces dijo Jesús: “Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres sostendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán”.

Mientras tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.

Meditación:

La cantidad y el precio elevado del perfume indican el gran aprecio de María por Jesús. Según los otros evangelistas, María unge la cabeza de Jesús, mientras que Juan subraya la unción de los pies del Señor como acto excepcional de veneración.

Busca Jesús a sus amigos en Betania, seis días antes de la Pascua, nos dice el Evangelio. Considerando hoy la similitud del lapso hacia la Pascua cristiana, me invitas a pensar, Señor, que te acercas a mí queriendo encontrar en mi corazón, tu Betania: un espacio limpio, pulcro, amable en donde sabes que eres esperado con entrega y cariño; en el que se piensa cómo darte gusto y se reconoce y agradece el bien que le has hecho con tu amor y tu presencia. Hoy, cuando llegue a ti y a mí, personalmente, Jesucristo en la Eucaristía, ¡que su Betania esté muy bien preparada para darle nuestra mejor acogida!

Reflexión apostólica:
Aunque sean días de cambio de actividad y se ocupen en recreación y descanso, el apóstol no se olvida de su Señor Jesucristo y encuentra el momento de agradecerle la vida, de atenderlo en las almas del prójimo y de entregarle su amor en la oración, uniéndose con Él en la Eucaristía.

Propósito:
Acoger a Jesús, acogiendo con amor a mi prójimo.

Meditación: Domingo de Ramos de la Pasión del Señor

Los hijos de Israel, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor, clamando “hosanna en el cielo”

Evangelio:
Lc 19, 28-40
En aquel tiempo, Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino de Jerusalén, y al acercarse a Betfagé y a Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan al caserío que está frente a ustedes. Al entrar, encontrarán atado un burrito que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta por qué lo desatan, díganle: ‘El Señor lo necesita’”.

Fueron y encontraron todo como el Señor les había dicho. Mientras desataban el burro, los dueños les preguntaron: “¿Por qué lo desamarran?” Ellos contestaron: “El Señor lo necesita”. Se llevaron, pues, el burro, le echaron encima los mantos e hicieron que Jesús montara en él.

Conforme iba avanzando, la gente tapizaba el camino con sus mantos, y cuando ya estaba cerca la bajada del monte de los Olivos, la multitud de discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los prodigios que habían visto, diciendo: “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”

Algunos fariseos que iban entre la gente le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Él les replicó: “Les aseguro que si ellos se callan, gritarán las piedras”.

Meditación:

Entramos hoy en la Semana Santa. En estos días acompañaremos a Cristo en las últimas etapas de su vida terrena. Así como aquel día la gente aclamó a Jesús cuando entró a Jerusalén, nosotros nos disponemos a recibirlo hoy como a nuestro Salvador.

Jesús entra en la ciudad montado en un asno que ni siquiera le pertenece. Lo pide prestado. No busca una carroza, ni un caballo. Busca un animal de la gente común y sencilla. Jesús viene a manifestársenos como un rey que sólo puede ser recibido en la humildad, en el desprendimiento. Comencemos esta Semana Santa con disposiciones de sencillez, abriendo nuestro corazón a la salvación que Jesús nos ofrece.

El pasaje evangélico de hoy nos dice que las gentes alababan a Dios mientras que los fariseos les pedían que se callaran. Hoy en día, son muchas también las voces que se alzan y piden a los cristianos que “callen”. La Semana Santa es una oportunidad para vivir nuestra fe. Ya sea que estemos trabajando o en medio de unos días de descanso, debemos testimoniar al mundo que seguimos a Cristo y que queremos que Él sea nuestro Rey. Podemos hacerlo dedicando unos minutos diarios a la oración, acudiendo a las celebraciones de esta semana con fervor, y mostrándonos en todo momento como verdaderos cristianos. Pero no sólo eso, aquel día las gentes gritaban “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor!”, hoy como entonces, cada uno debe encontrar modos de “gritar” al mundo que Jesús es nuestro Salvador, que Él es quien nos ha enviado el Padre.

Reflexión apostólica:
Es conveniente planear esta Semana Santa dando prioridad al misterio de nuestra salvación que vamos a celebrar. Que todas nuestras actividades vayan dirigidas a acompañar a Jesús.

Propósito:
Dedicar unos minutos a ofrecerle a Jesús mi Semana Santa, prometiéndole acompañarlo y agradarle especialmente estos días.

Meditación: Jesús debía morir para congegar a los hijos de Dios, que estaban dispersos

Haré de ellos un solo pueblo

Evangelio:
Jn 11, 45-56
En aquel tiempo, muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver que Jesús había resucitado a Lázaro, creyeron en él. Pero algunos de entre ellos fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.

Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron al sanedrín y decían: “¿Qué será bueno hacer? Ese hombre está haciendo muchos prodigios. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, van a venir los romanos y destruirán nuestro templo y nuestra nación”.

Pero uno de ellos, llamado Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: “Ustedes no saben nada. No comprenden que conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que toda la nación perezca”. Sin embargo, esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para congregar en la unidad a os hijos de Dios, que estaban dispersos. Por lo tanto, desde aquel día tomaron la decisión de matarlo. Por esta razón, Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la ciudad de Efraín, en la región contigua al desierto y allí se quedó con sus discípulos.

Se acercaba la Pascua de los judíos y muchos de las regiones circunvecinas llegaron a Jerusalén antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús en el templo y se decían unos a otros: “¿Qué pasará? ¿No irá a venir para la fiesta?”
Palabra del Señor.

Meditación:
Sigue Jesús siendo signo de contradicción: unos creen en Él y otros lo denuncian. Es la historia de siempre; ante Jesucristo y su Iglesia Católica vemos, presente en los hombres y mujeres, la fe o el rechazo. La primera nos lleva a unirnos en torno al Señor y, alimentados con su Presencia Eucarística, a luchar por llevar a todos su Vida, su Verdad, su Amor. Por otro lado estamos palpando en nuestra civilización, y concretamente en muchas personas, que se te ignora, Jesús, que te han puesto fuera de sus vidas y que dioses como el dinero, el poder y el placer te reemplazan. En el hombre de hoy parece que no se da un ataque virulento contra Ti, y sin embargo, el rechazo es igual de radical. Estemos bien alertas para no caer en esas actitudes propias de nuestro tiempo, pues de ser así, estaremos decidiendo, irresponsablemente, aniquilar al Señor, como lo hizo Caifás.

Este sábado empecemos a preparar con la Virgen la forma en que queremos vivir la Semana Santa. Todos cambiaremos de actividad: unos, ¡dichosos!, irán a la misión y evangelizarán; los más, alejándonos de la rutina y el trabajo, ya sea permaneciendo en la ciudad o saliendo, gozaremos de unas vacaciones. No olvidemos que es Semana Santa y no dejemos a un lado los compromisos de vida cristiana: ¡No abandonemos a Dios!

Reflexión Apostólica:
Reflexionemos sobre nuestra tendencia a defender lo que somos y lo que tenemos cuando se trata de poner en práctica la palabra de Dios. Doblegar el orgullo resulta más satisfactorio y proporciona más alegría que cultivarlo. Recordemos que en la caridad está el secreto del éxito del apostolado.

Propósito:
Disfrutar las vacaciones con criterios y actitudes cristianas.

Meditación: Intentaron apoderarse de él, pero se les escapó de las manos

El Señor está a mi lado como guerrero poderoso

Evangelio:
Jn 10, 31-42
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, los judíos cogieron piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: “He realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”

Le contestaron los judíos: “No te queremos por ninguna obra buena, sino por blasfemo, porque tú, no siendo más que un hombre, pretendes ser Dios”. Jesús les replicó: “¿No está escrito en su ley: Yo les he dicho: Ustedes son dioses? Ahora bien, si ahí se llama dioses a quienes fue dirigida la palabra de Dios (y la Escritura no puede equivocarse), ¿cómo es que a mí, a quien el Padre consagró y envió al mundo, me llaman blasfemo porque he dicho: ‘Soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y yo en el Padre”.

Trataron entonces de apoderarse de él, pero se les escapó de las manos. Luego regresó Jesús al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado en un principio y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: “Juan no hizo ninguna señal prodigiosa; pero todo lo que Juan decía de éste, era verdad”. Y muchos creyeron en él allí. Palabra del Señor.

Meditación:
¡Cuántas manifestaciones del amor del Padre nos ha descubierto Jesucristo en la vida personal de cada uno! Y, ante el texto que hoy leemos, podemos convenir en que muchas veces no sólo hemos ignorado las bendiciones que nos prodiga en cosas concretas, sino que en esas ocasiones en las que nos llegan las pruebas, lo agredimos con dudas de fe y negando la esperanza. Así, aunque el Señor esté presente y cerca del hombre queriendo acompañarlo en todas sus circunstancias, si el orgullo de éste cierra en él la visión que la fe le procura, le damos la espalda al Amor y a la misericordia, negándonos a aceptar sus caminos.

A la luz del Evangelio veo, Señor, que toda labor apostólica hecha por Ti y para Ti da frutos en el tiempo y por ello te encontraste con la adhesión de la gente que Juan había preparado. Ante este testimonio me percato de la necesidad y de la importancia de no cejar en el esfuerzo de anunciar, con mi testimonio y mi palabra, tu Verdad a mis hermanos.

¡Que responsabilidad tenemos de anunciar con actitudes cristianas de que Jesucristo está presente y que nos ama! Habrá personas que no tienen la cercanía o el acceso fácil a quien los puede formar en la fe, mas si cada cristiano con su vida hace patente el amor de Dios por todos sus hijos, está preparando a esas almas a encontrarse un día con Jesucristo.

Reflexión Apostólica:
Abrir los ojos de los demás a las manifestaciones del amor de Dios es una hermosa tarea para el apóstol de Jesucristo.

Propósito:
Propiciar que mis adolescentes descubran las manifestaciones del amor de Dios en ellos.