Thursday, March 29, 2007

Meditación: Dios mandó a su ángel, para liberar a sus siervos

Si el Hijo les da la libertad, entonces serán realmente libres

Evangelio:
Jn 8, 31-42
En aquel tiempo, Jesús dijo a los que habían creído en él: “Si se mantienen fieles a mi palabra, serán verdaderos discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres”. Ellos replicaron: “Somos hijos de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: ‘Serán libres’?”

Jesús les contestó: “Yo les aseguro que todo el que peca es un esclavo y el esclavo no se queda en la casa para siempre; el hijo sí se queda para siempre. Si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres. Ya sé que son hijos de Abraham; sin embargo, tratan de matarme, porque no aceptan mis palabras. Yo hablo de lo que he visto en casa de mi Padre: ustedes hacen lo que han oído en casa de su padre”.

Ellos le respondieron: “Nuestro padre es Abraham”. Jesús les dijo: “Si fueran hijos de Abraham, harían las obras de Abraham. Pero tratan de matarme a mí, porque les he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Ustedes hacen las obras de su padre”. Le respondieron: “Nosotros no somos hijos de prostitución. No tenemos más padre que a Dios”.

Jesús les dijo entonces: “Si Dios fuera su Padre me amarían a mí, porque yo salí de Dios y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino enviado por él”. Palabra del Señor.

Meditación:
La verdad que Tú quieres que conozca me parece, Señor, que no es fruto de los libros ni de la capacidad intelectual aunque ésta haya sido trabajada, encauzada y proyectada con seriedad hacia la ciencia y el saber.

Me dices con el Evangelio, que una vez que me he encontrado con la Palabra, se ha abierto un camino de verdad y de libertad que no se encuentra en nada más. Tú, Señor, nos has enseñado la verdad del amor del Padre y, al revelarlo, en tu Evangelio, nos haces una continua invitación a descubrirlo, a vivirlo y a compartirlo con los hombres, nuestros hermanos.

Leyendo y reflexionando tu Palabra, se encuentra uno con su verdad de creatura amada por Dios y, a cada momento, palpamos la evidencia de la esclavitud del pecado y la misericordia que prodigas a los hombres, Señor.

La verdad de nuestra vida se encuentra en Cristo Jesús, y nuestra libertad se afirma a medida que lo seguimos en el amor, que se traduce en respuesta cabal a los planes del Padre celestial para cada uno.

Reflexión Apostólica:
En las circunstancias, sean éstas favorables o adversas, el apóstol sabe que es necesario ajustar criterios y actitudes a la verdad de Jesucristo.

Propósito:
Ser fiel a Cristo en las dificultades de la vida familiar.

Meditación: Si alguno era mordido y miraba la serpiente de bronce, quedaba curado

Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy

Evangelio:
san Juan 8, 21-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo me voy y ustedes me buscarán, pero morirán en su pecado. A donde yo voy, ustedes no pueden venir”. Dijeron entonces los judíos: “¿Estará pensando en suicidarse y por eso nos dice: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden venir’?” Pero Jesús añadió: “Ustedes son de aquí abajo y yo soy de allá arriba; ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Se lo acabo de decir: morirán en sus pecado, porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados”.

Los judíos le preguntaron: “Entonces, ¿quién eres tú?” Jesús les respondió: “Precisamente eso que les estoy diciendo. Mucho es lo que tengo que decir de ustedes y mucho que condenar. El que me ha enviado es veraz y lo que yo he oído decir a él es lo que digo al mundo”. Ellos no comprendieron que hablaba del Padre.

Jesús prosiguió: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy y que no haga nada por mi cuenta; lo que el Padre me enseñó, eso digo. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que a él le agrada”. Después de decir estas palabras, muchos creyeron en él.
Palabra del Señor.

Meditación:
Ante tu testimonio y advertencias, Jesús, nos dice el Evangelio que muchos creyeron en Ti. Los incrédulos, quedan en su pecado, te rechazan abiertamente, Señor, y por su voluntad se pierden… Todos, por tu palabra tenían ocasión de conocerte, y yo que la estoy oyendo ahora, contando ya con las virtudes y dones del Espíritu Santo, puedo adherirme a ella por la fe... Las luces del entendimiento se quedan cortas ante la verdad que pronuncias, Señor... Todo el que es creyente y peregrina hacia el Padre Celestial, no anhela entender lo que no se le puede dar, sino que se esfuerza por caminar en la fe, acogiendo tu Palabra y haciendo de ella la guía segura para aprender a amarte más. “YO SOY”, nos dices, y en ese tu Nombre, Señor, me haces ver que eres mi principio, mi fin y el valor de toda la vida.

Hoy, Dios hecho hombre nos está pidiendo agradar al Padre, como condición para estar siempre con Él. Hacer lo que le agrada al Padre implica mantener el estado de gracia. Ciertamente, el camino de Dios es difícil, es de méritos de amor, es de entrar por la puerta estrecha, pero también es un camino de grandes satisfacciones. Por lo pronto, es el único camino probado que puede garantizar beneficios como la serenidad, la paz, la armonía y hasta la claridad de pensamiento.

Un gran obstáculo que tenemos, tú y yo, para agradar al Padre, es el dejarnos envolver por las circunstancias que la vida diaria nos va presentando. Es muy común encerrarnos en nuestros problemas y dificultades, olvidando los horizontes de Dios. Y no se trata de vivir en un mundo irreal, sino en saber afrontar, con entereza y con la confianza de que Dios no nos deja solos, cualquier situación, por difícil que parezca.

Reflexión Apostólica:
No permitamos que la falta de armonía interior obstaculice nuestra misión de apóstoles. Hagamos un análisis sincero de lo que pudiera estar empañando la claridad de las metas. Apoyémonos en Dios y recordemos que el servicio a los demás en Jesucristo es la esencia de nuestro amor al Padre.

Propósito:
Agradaré a mi Padre Celestial con mis actitudes en familia.

Meditación: La anunciación del Señor

Concebirás y darás a luz un hijo

Evangelio:
Lc 1, 26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.

Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.

María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios.

Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia. Palabra del Señor.

Meditación:
Al leer en el texto de hoy: “El ángel dejándola se fue”, pensé en lo sola que la virgen María se había sentido en ese momento, mas enseguida recapacité: ¿cómo sola, si el Hijo de Dios estaba ya iniciando su humanidad en ella? Adquirió una compañía que nunca ya la iba a dejar. Ante la incertidumbre de la vida, María tenía la seguridad de “esa compañía”; en medio del ruido del pueblo, se podía retirar al silencio y encontrarse con “esa compañía”; a pesar de las tristezas que se iban a dar en su vida, podía vivir en profunda alegría, pues gozaba de “esa compañía”.

Al anunciarse, a ti María, lo que el Señor pedía de tu plan de vida, te declaras con sencillez, “la esclava del Señor” y te adhieres a su Palabra quien es, por siempre, en el mundo y en la eternidad ¡tu Divina Compañía!

Gracias al “sí de María”, en el mundo entra Jesucristo y con la Redención nos deja, en la Iglesia, su presencia y su compañía. Señora y Madre mía, hoy es día que me pides un rato de silencio, de oración, para darme cuenta de que he de aprender a escuchar a Dios, de que lo he de dejar hablarme y de que su cercanía pide mi disponibilidad, pero también me infunde fortaleza y alegría. Puedo aprender también hoy, con la Virgen, la lección completa de “la confianza en el Señor”. Es precisamente hoy, el día en que con María, si quiero, puedo decir libre y sinceramente: “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”. Y llegará a ser una realidad si no me aparto de “esa compañía” que tuvo María.

Reflexión Apostólica:
No seamos apóstoles impulsivos y testarudos; acudamos a la Virgen diariamente, pidiéndole nos ayude a ser personas serenas, de oración, abiertas con sencillez a las indicaciones que se nos dan y llevarlas a cabo con gran alegría y generosidad.

Propósito:
Ofreceré el Rosario hoy, por los sacerdotes.

Meditación: Yo realizaré algo nuevo, y daré de beber a mi pueblo

Todo lo considero como basura, con tal de asemejarme a Cristo en su muerte

Evangelio:
Jn 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.

Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?”

Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Pero como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.

Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.
Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”. Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”. Palabra del Señor.

Meditación:
¡Cuántas veces, ante los errores de los demás, tenemos listas las piedras en la lengua, para empezar a apedrear… y pretendemos demostrar que estamos salvaguardando los intereses de Dios! Somos iguales de mañosos que los escribas y fariseos, al buscar en Jesús la justificación al comentario que vamos a pronunciar.

¡Con qué facilidad juzgamos a los demás y cuán benevolentes somos con nosotros mismos! Recordemos que la humildad y la honestidad de reconocer que a veces podemos fallar nos da la clave para aceptar los errores de los demás y saber perdonar.

Jesús nos da una lección fabulosa de misericordia, de amor y de perdón; si Él perdona, nosotros, ¿por qué no lo hacemos? Una de las grandes manifestaciones de la caridad, es el perdón a los demás. Diariamente, cuando rezamos el Padre Nuestro, pedimos perdón por nuestras ofensas, “como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden”.
En este Evangelio, Jesús espera pacientemente la respuesta de los acusadores, quienes terminan por retirarse sin lanzar una sola piedra. Seamos prudentes y evitemos la murmuración y la condenación de las fallas ajenas.

Reflexión Apostólica:
Como apóstoles estamos llamados a cultivar la empatía, como resultado de una actitud humilde que realmente reconozca que todos podemos fallar y que el único juez es Dios. Así que, desechemos esa insistente tendencia que tenemos de juzgar y hasta de condenar a los demás.

Propósito:
Hacer sólo comentarios positivos y amables.

Meditación: Yo era como un manso cordero, que es llevado a degollar

¿Acaso de Galilea va a venir el Mesías?

Evangelio:
Jn 7, 40-53
En aquel tiempo, algunos de los que habían escuchado a Jesús comenzaron a decir: “Este es verdaderamente el profeta”. Otros afirmaban: “Este es el Mesías”. Otros, en cambio, decían: “¿Acaso el Mesías va a venir de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá de la familia de David, y de Belén, el pueblo de David?” Así surgió entre la gente una división por causa de Jesús. Algunos querían apoderarse de él, pero nadie le puso la mano encima.

Los guardias del templo, que habían sido enviados para apresar a Jesús, volvieron a donde estaban los sumos sacerdotes y los fariseos, y éstos les dijeron: “¿Por qué no lo han traído?” Ellos respondieron: “Nadie ha hablado nunca como ese hombre”. Los fariseos les replicaron: “¿Acaso también ustedes se han dejado embaucar por él? ¿Acaso ha creído en él alguno de los jefes o de los fariseos? La chusma ésa, que no entiende la ley, está maldita.

Nicodemo , aquel que había ido en otro tiempo a ver a Jesús, y que era fariseo, les dijo: “¿Acaso nuestra ley condena a un hombre sin oírlo primero y sin averiguar lo que ha hecho?” Ellos le replicaron: “¿También tú eres galileo? Estudia las Escrituras y verás que de Galilea no ha salido ningún profeta”. Y después de esto, cada uno de ellos se fue a su propia casa. Palabra del Señor.

Meditación:
Hoy como entonces, tu presencia Señor, provoca dudas, comentarios, definiciones, ataques, discusiones. Podemos reconocer al hombre de todos los tiempos en éstos que el Evangelio de hoy nos presenta y, quizás reconocernos en algunas de sus actitudes. Hay quienes te conocen superficialmente, piensan que Tú eres alguien especial, mas no saben precisar realmente quién eres; otros, como los guardias, se asombran con tus enseñanzas, admiran tu personalidad mas no se comprometen con tu Persona; y están siempre presentes los de corazón duro, los que están encerrados en su razón y en su lógica; y aquel que ha tenido ya un encuentro personal contigo, mas todavía no se define en tu seguimiento…

Iluminada mi razón con la lectura pausada y repetida de este Evangelio, caigo en la cuenta Señor, que algo de todas estas actitudes se me dan, no siempre, pero sí de vez en cuando: hablo mucho de Ti, pero ¿realmente te conozco o me ocupo en conocerte más y mejor?

Reflexión Apostólica:
Jesucristo necesita apóstoles que, dándose cuenta de la realidad de su medio ambiente, se decidan a trabajar con un testimonio de vida que lleve siempre implícito el esfuerzo personal por ser cada vez más de Dios.

Propósito:
Que los encuentros con Cristo me comprometan a servirlo en mis herm

Meditación: Condenemos al justo a una muerte ignominiosa

Trataban de capturar a Jesús, pero aún no era su hora

Evangelio:
Jn 7, 1-2. 10. 25-30
En aquel tiempo, Jesús recorría Galilea, pues no quería andar por Judea, porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba ya la fiesta de los judíos, llamada de los Campamentos.

Cuando los parientes de Jesús habían llegado ya a Jerusalén para la fiesta, llegó también él, pero sin que la gente se diera cuenta, como incógnito. Algunos, que eran de Jerusalén, se decían: “¿No es éste al que quieren matar? Miren cómo habla libremente y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde viene éste; en cambio, cuando llegue el Mesías, nadie sabrá de dónde viene”.

Jesús, por su parte, mientras enseñaba en el templo, exclamó: “Con que me conocen a mí y saben de dónde vengo… Pues bien, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; y a él ustedes no lo conocen. Pero yo sí lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado”. Trataron entonces de capturarlo, pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.

Meditación:
En cada fiesta subías, Señor, a Jerusalén, aunque en la que el Evangelio nos narra hoy, fuiste de incógnito; te querían matar y arriesgabas tu vida por enseñar la verdad. Esta ha sido la pauta a seguir para todos aquellos que, en la historia de la Iglesia te han confesado ante los hombres. Nosotros acojamos en este Evangelio el mensaje que se nos da: Ver en todo la oportunidad de proponer, sin respetos humanos, la persona y los criterios del Señor. De este modo, Él no estará de incógnito en nuestra vida, familia o ambiente… Le daremos su lugar y le pediremos nos diga, para hacerlo, lo que Él quiera de nosotros y caminaremos con Él a la fiesta de la Pascua.
Cristo también nos “grita” a ti y a mí esta Cuaresma, en su afán de que entendamos quién es Él y que sepamos ver en su misión el amor del Padre Celestial, que Él estaba revelando a los hombres. El Señor hoy nos hace un llamado para que hagamos un acto de fe en la verdad que nos está proponiendo y que trasciende su humanidad: Jesús, el Dios-Hombre que vino a cumplir una misión de amor y de Redención del hombre, enviado por el Padre, procede de Dios, es Dios.

Reflexión Apostólica:
Estamos caminando hacia la Pascua y es necesario ir abriendo el corazón a Cristo y aplicar la voluntad en ir limando esos escollos que hay en el carácter o la conducta, y que cada uno sabemos impiden, al apóstol, dar a conocer con fidelidad al Señor.

Propósito:
Apoyado en la verdad de Jesucristo, tener congruencia en mi estado de vida.

Meditación: No castigues a tu pueblo por sus maldades

El que los acusa es Moisés, en quien ustedes han puesto su esperanza.

Evangelio:
Jn 5, 31-47
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Si yo diera testimonio de mí, mi testimonio no tendría valor; otro es el que da testimonio de mí y yo bien sé que ese testimonio que da de mí es válido.

Ustedes enviaron mensajeros a Juan el Bautista y él dio testimonio de la verdad. No es que yo quiera apoyarme en el testimonio de un hombre. Si digo esto, es para que ustedes se salven. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y ustedes quisieron alegrarse un instante con su luz. Pero yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre.

El Padre, que me envió, ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no habita en ustedes, porque no le creen al que él ha enviado.

Ustedes estudian las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues bien, ellas son las que dan testimonio de mí. ¡Y ustedes no quieren venir a mí para tener vida! Yo no busco la gloria que viene de los hombres; es que los conozco y sé que el amor de Dios no está en ellos. Yo he venido en nombre de mi Padre y ustedes no me han recibido. Si otro viniera en nombre propio, a ése sí lo recibirían. ¿Cómo va a ser posible que crean ustedes, que aspiran a recibir gloria los unos de los otros y no buscan la gloria que sólo viene de Dios?

No piensen que yo los voy a acusar ante el Padre; ya hay alguien que los acusa: Moisés, en quien ustedes tienen su esperanza. Si creyeran en Moisés, me creerían a mí, porque él escribió acerca de mí. Pero, si no dan fe a sus escritos, ¿cómo darán fe a mis palabras?”

Meditación:
A la luz del Evangelio me doy cuenta, Señor, que me puede pasar lo que a los judíos, quienes aunque instruidos y hasta familiarizados con la Escritura, eran incapaces de identificarte y reconocerte en ella. Quizás yo que soy estudioso de la Biblia, conozco bien el Evangelio y estoy informado de la religión, pienso que por ello te conozco bien, Señor, pero hoy me percato de que no he aún llegado a hacer un profundo acto de fe en Ti, Jesucristo, Hijo de Dios, enviado del Padre, Redentor del hombre.

Puede ser también que me falte hacer la experiencia viva y verdadera de creatura salvada por Ti y amada por el Padre celestial. Sólo la luz del Espíritu Santo iluminando mis facultades e inspirando con su amor mi interioridad, podrá apoyarme en ese esfuerzo, que quiero empezar a hacer, por acercarme más a Ti Señor, y saber descubrir y amar en Ti a Dios.

Reflexión Apostólica:
El amor a Dios mueve al apóstol a acercarse a sus hermanos los hombres atendiendo a sus necesidades temporales y espirituales. Esa es su motivación en cualquier labor apostólica.

Propósito:
Ser testimonio del amor de Dios para mi hijo.

Meditación: Te constituí como alianza para el pueblo, para restaurar la tierra

Evangelio:
Jc 5, 17-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos (que lo perseguían por hacer curaciones en sábado): “Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo”. Por eso los judíos buscaban con mayor empeño darle muerte, ya que no sólo violaba el sábado, sino que llamaba Padre suyo a Dios, igualándose así con Dios.

Entonces Jesús les habló en estos términos: “Yo les aseguro: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta y sólo hace lo que le ve hacer al Padre; lo que hace el Padre también lo hace el Hijo. El Padre ama al Hijo y le manifiesta todo lo que hace; le manifestará obras todavía mayores que éstas, para asombro de ustedes.

Así como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo de la vida a quien él quiere dársela. El Padre no juzga a nadie, porque todo juicio se lo ha dado el Hijo, para que todos honren al Hijo, como honran al Padre. El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre.

Yo les aseguro que, quien escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna y no será condenado en el juicio, porque ya pasó de la muerte a la vida.

Les aseguro que viene la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la hayan oído vivirán. Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, también le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo; y le ha dado el poder de juzgar, porque es el Hijo del hombre.

No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que yacen en la tumba oirán mi voz y resucitarán: los que hicieron el bien para la vida; los que hicieron el mal, para la condenación. Yo nada puedo hacer por mí mismo. Según lo que oigo, juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”.

Meditación:
A la luz del Evangelio pienso, Señor, que en tu discurso ya les anunciabas a los judíos que habías venido, por amor, a dar al hombre la vida que había perdido por el pecado de Adán. Al estar viviendo este tiempo de Cuaresma qué bueno sería que en oración, pidiendo ayuda al Espíritu Santo, reflexionáramos y profundizáramos en lo que nos ama Dios: el Padre que nos quiso recuperar, el Hijo que secunda esa voluntad y su infinito amor que se derrama sobre todos los hombres con Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en la Redención.

La vida que mereciste para mí, Señor, no la puedo ignorar; es necesario que la valore cada vez más. Si desde niño la recibí, hoy me percato que, gracias a ella, he podido todos estos años oír tu voz en mi conciencia. Y me pregunto si aprovecho todos los medios que posibilitan el crecimiento, el desarrollo y la madurez de esa vida interior. La oración, los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, las obras selladas en tu nombre y por amor a Ti, Señor, son indispensables para la salud y la fortaleza de ese organismo sobrenatural que conforma la vida de la gracia; vida que, por tus méritos, nos regala Dios.

Reflexión Apostólica:
El apóstol de Jesucristo se afana por vivir y enseñar a vivir la vida de la gracia que en el Bautismo recibió.

Propósito:
Ser testimonio de vida cristiana.

Meditación: Al momento el hombre quedó curado

Ví salir agua del templo: era agua que daba vida y fertilidad

Evangelio:
Jn 5, 1-3. 5-16
Era un día de fiesta para los judíos, cuando Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de la Ovejas, una piscina llamada Betesdá, en hebreo, con cinco pórticos, bajo los cuales yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Entre ellos estaba un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.

Al verlo ahí tendido y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo en tal estado, Jesús le dijo: “¿Quieres curarte?” Le respondió el enfermo: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando logro llegar, ya otro ha bajado antes que yo”. Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y anda”. Al momento el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar.

Aquel día era sábado. Por eso los judíos le dijeron al que había sido curado: “No te es lícito cargar tu camilla”. Pero él contestó: “El que me curó me dijo: ‘Toma tu camilla y anda’”. Ellos le preguntaron: “¿Quién es el que te dijo: ‘Toma tu camilla y anda’?” Pero el que había sido curado no lo sabía, porque Jesús había desaparecido entre la muchedumbre. Más tarde lo encontró Jesús en el templo y le dijo: “Mira, ya quedaste sano. No peques más, no sea que te vaya a suceder algo peor. Aquel hombre fue y les contó a los judíos que el que lo había curado era Jesús. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.

Meditación:
“¿Quieres curarte?” nos pregunta Jesús también a nosotros en este tiempo de Cuaresma. Sabiendo perfectamente de lo que padecemos, se acerca invitándonos a hacer un acto de fe en su misericordia. Quizás buscamos ayudas y apoyos humanos lamentándonos por no encontrarlos, y parecería que ignoramos que está presente, Jesucristo, cerca de nosotros, para salvarnos. Aceptarlo y creer en Él, nos lleva a ponernos confiados en sus manos. También a ti y a mí nos pide que dejemos ya la camilla en la que el egoísmo nos tiene postrados, y nos levantemos a caminar con fe, con esperanza y con amor, hacia su Padre.

Reflexión Apostólica:
Estemos pendientes de aquellos que necesitan ayuda y apoyo, y démosles la mano para que se encuentren con Jesús.

Propósito:
Hacer una llamada interesándome por la salud de “este” enfermo.

Meditación: El Señor Dios le dará el trono de David, su padre

Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó

Evangelio:
Mt 1, 16. 18-21. 24
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.

Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.

Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

Meditación:
Al estar celebrando su fiesta, en la liturgia de la Iglesia, el Evangelio hoy nos introduce a la persona y a la misión de José. Él, como María, tenía sus planes muy definidos pero Dios los engrandeció. El compromiso de José con María adquiere, con la intervención de Dios, dimensión sobrenatural y una apertura a la autoridad paterna sublime y especial… Con todo, José no entendía lo que se le estaba presentando pero, ante el mensaje revelador de Dios, hay en él como lo hubo en María una disponibilidad total al Misterio, iniciando así una trascendente unión espiritual y una misma unión de corazones entre dos personas, en y con Cristo Jesús.

Hoy que repaso en silencio, la riqueza de la personalidad de José, me doy cuenta de que fue un hombre que, con Dios, se convirtió en santo, en una noche.

¿Qué aprender hoy de san José? Podría ser el silencio y la prudencia ante una situación que no se entiende; también, que al enfrentarnos con una dificultad, debemos reconocer que es humano el buscar una salida adecuada a nuestro criterio, mas no quedarse allí, sino abrirse en oración profunda a Dios pidiendo su luz y, al encontrarnos con sus criterios, obedecer en la fe. Con José, hoy veo la necesidad de darle a Dios, desde la fe, una respuesta de conversión.

Reflexión Apostólica:
Abiertos a los cambios que se podrían dar, llevemos a cabo nuestros apostolados con sencillez, disciplina, laboriosidad y amor, mas siempre dejando espacios amplios para el silencio y la oración.

Propósito:
Saber obedecer con gusto lo que se me pide.

Meditación: El pueblo de Dios celebró la Pascua, al entrar a la tierra prometida

Tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida

Evangelio:
Lc 15, 1-3. 11-32
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre dame la parte que me toca de la herencia’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.

Meditación:
La parábola del hijo pródigo es uno de los pasajes más ricos de la Sagrada Escritura y tiene un mensaje para los hombres y mujeres de todas las edades. La experiencia del hijo pródigo nos permite sacar innumerables lecciones para nuestra vida. Una de ellas es acerca del uso de la libertad.

El hijo pródigo quería ser libre. Según su concepción, ser libre significa hacer todo lo que se quiera, no tener que aceptar ningún criterio fuera y por encima de uno mismo, seguir únicamente el propio deseo y voluntad. Se llega a pensar: "Este Dios no me da libertad, me limita con todos sus mandamientos. Por tanto, Dios debe desaparecer".

Esto sucede cada vez que damos lugar al pecado, y como el hijo pródigo, “malgastamos” nuestra vida. Cuando creemos que apartando a Dios y siendo autónomos, siguiendo nuestras ideas, nuestra voluntad, llegaremos a ser realmente libres, para poder hacer lo que nos apetezca sin tener que obedecer a nadie. Pero el pecado, en lugar de hacernos libre, nos hace esclavos.

La fragilidad y las limitaciones humanas no son un obstáculo insuperable, con tal de que ayuden a hacernos cada vez más conscientes de que tenemos necesidad de la gracia redentora de Cristo.

Vivamos esta cuaresma como una oportunidad para volver a la casa del Padre, acercándonos con más frecuencia a los sacramentos, a la oración y a la conversión del corazón. Analicemos cuáles son nuestros más frecuentes pecados y veamos si realmente estamos luchando por vencerlos ¡Dios Padre nos está esperando para ofrecernos su misericordia!

Reflexión Apostólica:
Siempre hay aspectos en los que podemos dar más lugar a Dios en nuestra vida. Este análisis podrá abrirnos nuevos horizontes en nuestra vida espiritual.

Propósito:
Ver en qué aspectos hago uso incorrecto de mi libertad, pareciéndome más al hijo pródigo que a Jesús, que se sometió en todo, por amor, a la voluntad del Padre.

Meditación: Yo quiero misericordia y no sacrificios

El republicano regresó a su casa justificado, el fariseo no.

Evangelio:
Lc 18, 9-14
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’. El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Meditación:
Hoy podemos meditar en las grandes lecciones que podemos sacar de las propias faltas. Humildad, generosidad, confianza en Cristo, todo esto podemos aprender de las caídas. Además, éstas nos hacen constatar lo que somos y lo poco que podemos por nosotros mismos, nos hacen descubrir cuánta necesidad tenemos de Dios y de su gracia, de apoyarnos sólo en Cristo y buscar en Él la fuente de nuestra vida.

Dios conoce nuestras debilidades y flaquezas, pero no nos condena ni se escandaliza de ellas. Con su misericordia, si nos arrepentimos, nos perdona y nos invita a la santidad, nos llama a la conversión.

Aprendamos pues de la actitud del publicano, que nos enseña que no hay camino de santidad al margen de la humildad. Y es que en la práctica, la humildad significa reconocer a Dios como Señor y Creador. También del fariseo podemos sacar algunas lecciones como recordar que la soberbia nos pone en el centro de todo, nos hace ciegos para reconocer la soberanía de Dios sobre nuestra vida, nos impide abrirnos a los demás creyéndonos superiores a los otros y nos aleja de la realidad de nosotros mismos considerando que somos incapaces de fallar.

Asimismo, la buena nueva del Evangelio nos muestra hoy una auténtica paradoja: quien se encuentra aparentemente más lejos de la santidad puede convertirse incluso en un modelo de conversión y acogida de la misericordia.

Reflexión Apostólica:
Pensemos hoy que nuestro valor no depende de ninguna manera de lo que tenemos, de nuestros logros, ni de nuestro “apellido”, etc. sino de cuán humildes seamos para recibir las gracias de Dios.

Propósito:
Hoy buscaré diversas ocasiones para practicar la humildad en el trato con los demás.

Meditación: El Señor tú Dios es el único Dios, ámalo

Nunca llamaremos ya "dios nuestro" a las obras de nuestras manos

Evangelio:
Mc. 12, 28-34
En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús le respondió: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos”.

El escriba replicó: “Muy bien, Maestro. Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.

Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas. Palabra del Señor.

Meditación:
Hablar de la caridad es hablar de la esencia de toda la vida cristiana. Porque en la práctica de esta virtud se condensa toda la enseñanza de Jesucristo acerca de cómo debemos conducir nuestra existencia en esta tierra. El pasaje del Evangelio de hoy es una de las páginas más sublimes de todo el Nuevo Testamento, en él Cristo nos habla del amor.

Amor a Dios. Para empezar debemos creer que somos muy amados por Él y poner esta convicción como base de nuestra relación con Dios. Él es amor, porque amor quiere decir donación y Él se nos has donado de una manera total. Porque me ama, me ha creado, porque me ama, pensó en redimirme, porque me ama envió a su Hijo. Debemos meditar con frecuencia en quién es Dios, en nuestra condición de criaturas amadas por Él.

Amor al prójimo. Sólo viviendo la caridad evangélica podremos corresponder al amor de Dios y agradarle. La caridad tiene que ser ante todo positiva, haciendo el bien a los otros, brindándoles apoyo, estima sincera, y sirviéndoles en lo que sea posible. Sobrellevar las cargas del prójimo, silenciar sus errores, ponderar sus cualidades y virtudes, compartir sus éxitos y sus fracasos, etc.

Además, podemos considerar que el amor no se encuentra de improviso, ya listo, de repente, sino que debe madurar, pasar por un camino de purificación, de ejercicio continuo. La vida misma es un camino permanente, para crecer en la caridad, la cual debemos poner en práctica todos los días, sólo así nuestra vida irá alcanzando su auténtica razón de ser.

Reflexión apostólica:
¿He caído en la cuenta de cuán importante es para mi vida vivir la caridad y cuánto puedo perder el tiempo en mi vida si no busco ejercitarme en ella siempre y para con todos?

Propósito:
Tratar con especial caridad a la persona con quien me cueste tratar, siendo paciente y comprensiva.

Meditación: Este es el pueblo que no escuchó la voz del Señor, su Dios

El que no está conmigo, está contra mí

Evangelio:
Lc. 11, 14-23
En aquel tiempo, Jesús expulsó a un demonio, que era mudo. Apenas salió el demonio, habló el mudo y la multitud quedó maravillada. Pero algunos decían: “Este expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal milagrosa.

Pero Jesús, que conocía sus malas intenciones, les dijo: “Todo reino dividido por luchas internas va a la ruina y se derrumba casa por casa. Si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino? Ustedes dicen que yo arrojo a los demonios con el poder de Satanás. Entonces, ¿con el poder de quién los arrojan lo hijos de ustedes? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero si yo arrojo a los demonios por el poder de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes el Reino de Dios.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, entonces le quita las armas en que confiaba y después dispone de sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”.

Meditación:
Hoy me pides definición, Señor. Me recuerdas de la alianza que debo mantener contigo, no sólo de palabra, no sólo de hechos, sino también, y como condición para que las dos primeras sean válidas, de espíritu. Me pides eliminar las medias tintas, las verdades a medias, la justificación de medios por fines,… en fin…, me pides, Señor, eliminar la mediocridad. La extensión de tu Reino demanda que hombres y mujeres seamos apóstoles que trabajen con decisión y entusiasmo, sin olvidar que sólo uniéndose a Ti con los sacramentos y la oración, tendrán eficacia.

Me pides además, Señor, “recoger” contigo, y lo interpreto como la obligación que tengo de colaborar al cumplimiento de la voluntad del Padre. Encuentro en tus palabras, la encomienda de tender la mano, junto contigo, Señor, a todo aquel que esté en necesidad material o espiritual. Por último, me pides no desparramar, no desperdiciar los dones que de Ti he recibido y que deben penetrar y comprometer toda mi vida, todas mis actividades.

Reflexión apostólica:
El apóstol no titubea en su incondicionalidad al Señor y, además, no “desparrama” los dones de Él recibidos.

Propósito:
Evitaré las dudas y las cavilaciones.

Saturday, March 24, 2007

Reflexión: Una medida superior de vivir y amar

No olviden nunca que vuestra vocación es una fe. Fe en el triunfo de vuestra vida; fe en que no serán defraudados en nada de lo que confiadamente han entregado. No se han negado a vivir, ni a amar; sino que han descubierto una medida superior de vivir y amar: Cristo; no sin misterios, no sin luchas, no sin dolor; todo esto es humano y Dios no nos deshumaniza cuando nos llama; deshumanizados no le interesaríamos. El misterio hermoso de tu vida es esa cruz que forma el encuentro de lo humano y lo divino en ustedes. No pidan ser consolados en el mundo, cuando Cristo les pide estar abiertos a más; no pidan reposo, cuando Cristo les pide y les llama a subir más arriba; no pidan la paz, cuando Cristo les pide estar en acto de entrega y en pie de lucha.

Meditación: El que cumpla y enseñe mis mandamientos, será grande en el Reino de los cielos

Guarden mis mandamientos, y póngalos en práctica

Evangelio:
Mt 5, 17-19
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o a los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.
Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos”.

Meditación:
En cuestión de cumplimiento de la Ley, Jesús exige la perfección, la integridad. Y es que se ama a Dios y se cumple con sus preceptos, de manera exhaustiva, hasta en el mínimo detalle, hasta en el mandamiento “más pequeño”. Pero además, tal cumplimiento se debe “enseñar a los hombres.” Enseñar a hacer el bien con el testimonio o con una actividad específica de catequización, perfecciona. Enseñar a hacer el mal publicitándolo y cayendo en situaciones de pecado, empequeñece al hombre y lo aleja de Dios.

La ética no es de mínimos posibles; no se supedita a momentos, a personas, o a circunstancias. Sin embargo, la sociedad actual se afana en que así sea y cada quien la moldea a sus propias conveniencias. Es una realidad que vivimos y el Señor hoy nos llama a que veamos si no formamos parte de ella, traspasando por frivolidad o inconsciencia los mandamientos pequeños, como nos dice el Evangelio. Cada uno debe, a través de la reflexión, llegar a saber en qué se está fallando y con qué actitudes se da mal ejemplo. A la luz del Evangelio, los padres de familia nos podríamos preguntar si estamos educando con coherencia de vida y pensamiento y, por lo tanto, formando a los hijos en los “mandamientos pequeños”.

Reflexión apostólica:
Luchemos por pulir nuestro testimonio y seamos auténticos defensores de la Ley de Dios.

Propósito:
Seré firme en mis convicciones ante los demás.

Meditación: Si no perdonan de corazón a su hermano, tampoco el Padre celestial los perdonará a ustedes

Acepta Señor, nuestro corazón adolorido y nuestro espíritu humillado

Evangelio:
Mt. 18, 21-35
En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Si mi hermanos me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”.

”Entonces Jesús les dijo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.

”Pero apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: ‘Págame lo que me debes’. El compañero se le arrodilló y le rogaba: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.

”Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ‘Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?’ Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.

”Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”. Palabra del Señor.

Meditación:
El número “setenta” por “siete” es simbólico, y significa, más que una cantidad determinada, una cantidad incalculable, infinita. En la práctica quiere decir que debemos perdonar ¡siempre! Nuestro perdón no ha de tener límites. Jesús está siempre dispuesto a perdonarnos y también nosotros, hemos de perdonarnos mutuamente, sin cansarnos.

Siempre es necesario el perdón y la reconciliación en medio de las familias, los matrimonios, en la sociedad entera. Por eso, no hemos de olvidar que el sacramento del perdón es un gran don de Dios.

En el sacramento de la penitencia Dios nos concede su perdón de modo personal. Cuando acudimos a este sacramento, nos encontramos con el Señor, nuestro Salvador, le presentamos nuestros pecados, los confesamos, manifestamos nuestro arrepentimiento y le pedimos perdón. Entonces el sacerdote, como ministro de Cristo nos dice: “Tus pecados son perdonados”… Esta gracia es también una invitación a ofrecer a los demás setenta veces siete el mismo perdón.

Por otra parte, Cristo nos da siempre ejemplo de esto. Nos enseñó a orar en el Padre Nuestro, pidiendo el perdón; en su vida pública sus milagros fueron expresión de su perdón; por último Él confirmó esta enseñanza, cuando colgado del madero suplicó al Padre que nos perdonara. Aprendamos de Cristo, perdonemos a todo el que nos haya ofendido del modo que sea, y pidamos perdón a quien hayamos lastimado.

Reflexión apostólica:
Dejemos a Dios el juicio sobre nuestros pecados y pongamos en práctica la oración del Padre Nuestro: “Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Propósito:
Valoraré más el perdón como una gracia de Dios, acercándome esta semana al sacramento de la penitencia, o bien, pediré perdón a quien haya lastimado.

Meditación: Como Elías y Eliseo, Jesús no ha sido enviado sólo a los judíos

Muchos leprosos había en Israel, pero ninguno fue curado, sino Naamán, el sirio.

Evangelio:
Lc. 4, 24-30
En aquel tiempo, Jesús llegó a Nazaret, entró a la sinagoga y dijo al pueblo: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era de Siria”.

Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta una barranca del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí. Palabra del Señor.

Meditación:
Todo el Evangelio produce “estupor”, “admiración” y, no pocas veces, “escándalo” en quienes lo escuchan; y así vemos que los nazarenos, escandalizados por las palabras de Jesús, quisieron despeñarlo tras su predicación en la sinagoga.

Se puede suponer que María estaba presente en la sinagoga de Nazaret cuando Jesús, después de leer la profecía de Isaías, comentó ese texto aplicándose a sí mismo su contenido. ¡Cuánto debe de haber sufrido María al constatar la dura hostilidad de sus conciudadanos, que arrojaron a Jesús de la sinagoga e incluso intentaron matarlo!

Imaginemos la escena y el dramatismo de ese momento. Levantándose, echaron a Jesús fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarlo. ¿Qué sentiría María en su corazón de Madre al ver a su Hijo pasando por tal situación?

María, después de ese acontecimiento, seguramente intuyó que vendrían más pruebas, y confirmó su total adhesión a la voluntad del Padre, ofreciéndole su sufrimiento de madre y participando en el drama del rechazo de una parte del pueblo elegido.

Sin duda, María habrá conocido las críticas y las amenazas dirigidas contra Jesús. Sabía de la incredulidad de sus parientes y conocidos en Nazaret.

Se puede muy bien pensar que María, aun sin seguir a Jesús en todo su camino misionero, se mantenía informada del desarrollo de los acontecimientos, sabía de sus milagros, lo que se decía de Él, etc. La separación no significaba lejanía del corazón. Al contrario, seguramente meditaba en la predicación de Jesús y comprendía su significado mejor que sus discípulos.

Reflexión apostólica:
Tengamos presente a María como modelo del seguimiento de Cristo, comencemos por estar más a la escucha de la Palabra de Dios como Ella lo hizo.

Propósito:
Fijarme más en los ejemplos de María y poner en práctica hoy alguno de ellos: aceptación de la voluntad de Dios, vivir con más espíritu de silencio para escuchar a Dios, abrazar mi cruz, etc.

Meditación: Si no se arrepienten, perecerán de manera semejante

"Yo soy", me envía a ustedes

Evangelio:
Lc. 13, 1-9
En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: “¿Creen ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejan te. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante”.

Entonces les dijo, esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’ El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’. Palabra del Señor.

Meditación:
A semejanza de la higuera de la narración evangélica que acabamos de leer, nosotros estamos llamados a producir frutos en abundancia.

El Señor no sólo ha plantado la semilla de las virtudes teologales en nuestra alma, sino que también cuida que broten y las alimenta con su gracia para que crezcan fuertes y fecundas. Para ello, necesitamos raíces profundas y bien arraigadas en Cristo. Profundidad que significa cultivar la vida interior, fomentar la vida de oración, alimentarnos con frecuencia de los sacramentos. Arraigo en Jesucristo que quiere decir tenerlo como criterio, centro y modelo de nuestro pensar, de nuestro actuar, de nuestro sentir. Es decir, vivir de acuerdo con lo que nos enseña el Evangelio y no como nos lo propone el mundo o el ambiente superficial y materializado.

Para comprender mejor esto, consideremos las características de la higuera. Esta tiene hojas grandes y nuevas que en la estación de calor su sombra proporciona cobijo del sol. De ordinario, ofrece abundantes y dulces frutos. Esta es la imagen de lo que estamos llamados a ser. Como seguidores y apóstoles de Cristo, debemos dar “alimento” con nuestras palabras y ejemplos, a cuantos conviven a nuestro lado. Si lo hacemos, seremos verdaderamente signo de la primavera que el Espíritu Santo quiere fomentar en su Iglesia.

Pensemos que el viñador aflojó la tierra alrededor de la higuera, y le echó abono para que diera más fruto. Así pues, no nos extrañemos de que para avanzar en nuestra madurez humana y espiritual tengamos que pasar por ciertas cruces o purificaciones. Recibámoslas de Dios con alegría sabiendo que todo conduce al bien de los que aman a Dios.

Reflexión apostólica:
A la higuera se le dio un plazo definido para que diera fruto, de igual modo, debemos vivir con “urgencia” aprovechando cada momento de cara a la eternidad.

Propósito:
Ser entre mis compañeros, amigos y familiares fermento cristiano con mi testimonio y mis palabras.

Meditación: Tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida

Arrojará a lo hondo del mar nuestros delitos

Evangelio:
Lc. 1-3. 11-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.

Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.

Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.

Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba.

Este le contestó: “Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’”. Palabra del Señor.

Meditación:
Generalmente al meditar en el pasaje del evangelio de hoy reflexionamos sobre el hijo pródigo. Sin embargo, ¿qué podemos decir del hermano mayor? De algún modo podríamos compartir a primera vista sus razonamientos, pero si profundizamos en ellos descubriremos que el hijo mayor refleja una incapacidad para comprender el amor incondicional del Padre. Este hijo no alcanza a ver más allá de los límites de la justicia, le envuelve la envidia y el orgullo. Se enoja. Y aunque ha vivido cerca de su padre, en el fondo su corazón está alejado de él.

Algunos, al leer el pasaje evangélico se identificarán con el hijo pródigo, y otros con el hijo mayor, pero todos podemos recapacitar en la importancia de captar el sentido del pecado, de nunca mirar el sacramento de la penitencia con indiferencia, como pensando que “a mí no me sirve”, “yo no necesito de él”, “yo no acudo a él porque es muy difícil…” No olvidemos lo que nos dice el apóstol san Juan: "Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos" (1 Jn 1,8)

Sabemos que la conciencia del propio pecado permitió al hijo pródigo emprender el camino del retorno y experimentar así el gozo de la reconciliación con el Padre. De igual forma, si renovamos nuestro aprecio por el sacramento de la reconciliación podremos experimentar más vivamente la misericordia de Dios Padre.

Reflexión apostólica:
Ver si hay algo en mí del “hijo mayor” de la parábola, cuando no perdono a los demás o los juzgo según mis criterios.

Propósito:
Hacer un examen de conciencia todos los días durante esta semana.

Meditación: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo que crea en él, tenga vida eterna

Practicar la virtud de la esperanza, virtud que nos hace descubrir el plan providente de Dios en cada uno de los pasos de nuestra vida.

Evangelio:
Mt. 21, 33-43. 45-46

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: “Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego la alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.

Llegando el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo.

Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán’. Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: ‘Este es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia’. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron.

Ahora díganme: Cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?” Ellos le respondieron: “Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo”. Entonces Jesús les dijo: “¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable?

Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos”.

Al oír estas palabras, los sumos sacerdotes y los fariseos comprendieron que Jesús las decía por ellos y quisieron aprehenderlo, pero tuvieron miedo a la multitud, pues era tenido por un profeta.

Meditación:
El pasaje evangélico de hoy nos hace reflexionar en que a pesar de la actitud del pueblo judío, Dios llevó a cabo su redención y que su Providencia no deja de actuar en el mundo. En nuestra vida cristiana hemos de experimentar también esa Divina Providencia. ¿Cómo? dejándole el espacio necesario.

Pongamos un ejemplo: si queremos tomar clases de natación, pero nunca nos alejamos de la orilla, ni soltamos los salvavidas, ¿cómo comprobaremos si hemos aprendido a flotar? En la vida espiritual ocurre lo mismo, podemos tener una idea intelectual acerca de la Providencia pero no la experimentamos porque no damos el salto de la fe, no dejamos espacio a Dios en nuestra vida, lo tratamos de resolver todo por nosotros mismos sin contar con Dios.

Cuánto nos enseñan los fundadores de las congregaciones religiosas. A veces les parecía que todo iba a ser un sueño, que todo era contrario a la realización de sus obras… un San Francisco, una Teresa de Jesús y tantos otros, que empezaron sin tener nada, que comenzaron a reunir seminaristas o a recoger enfermos, sin contar con todos los medios para atenderlos, y sin embargo, Dios hizo milagros a su favor.

Aunque, en efecto, es necesario ser previsores, también debemos abandonarnos confiadamente a Dios. Todo esto, nos llevará de la mano a practicar la virtud de la esperanza, virtud que nos hace descubrir el plan providente de Dios en cada uno de los pasos de nuestra vida.

Reflexión apostólica:
Ante la dificultad para llevar a cabo los proyectos de acción a favor de los valores y de la Iglesia, no olvidemos que Dios es Providente y está a nuestro lado.

Propósito:
Pedirle a Dios siempre su ayuda en todos los proyectos de mi vida.

Meditación: Ayudar al necesitado

Dichosos los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno y sincero, y perseveran hasta dar fruto.

Evangelio:
Lc. 16, 19-31
En aquél tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.”

Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos, y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.

Entonces gritó: “Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que me moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, por que me torturan estas llamas”. Pero Abraham le contesto: “Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá, ni hacia acá”.

El rico insistió: “Te ruego, entonces padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos”.

Abraham le dijo: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.” Pero el rico replicó: “No padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán”. Abraham repuso: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.”

Meditación:
Aunque el Evangelio no se refiere a una negativa explícita de ayuda del rico para con el pobre, sí esboza la injusticia del rico que ignora a Lázaro y su indigencia. Es el pecado de omisión al que la doctrina de la Iglesia nos alerta. Podemos a veces sentirnos tranquilos de conciencia pues no vemos en ella ningún acto de agresión directa al prójimo. El Evangelio nos hace ver hoy lo equivocados que podemos estar y la culpabilidad tan grave que tenemos por omitir esos deberes y obligaciones que en justicia tenemos con el prójimo. La omisión en la caridad niega la dignidad del otro.

Honestamente el mensaje me alerta, pues quizás una causa importante de la falta de justicia en el hombre, hacia sus semejantes y hacia el mismísimo Dios, está precisamente en que no se hace caso de su Palabra. Yéndome a las causas encuentro dos: la dureza del corazón cuya fuente es la soberbia y que nos “atolondra”, que nos embota y nos hace ciegos e insensibles a la miseria de los demás, y la falta de auténticos apóstoles que amen la Palabra y la sepan llevar con sencillez y humildad a los demás.

Reflexión apostólica:
Trabajemos por fijar en la memoria y en el corazón de los demás y en la propia, lo que Jesucristo es y lo que hizo por el hombre, estudiando con seriedad y disciplina su Palabra.

Propósito:
Abrir los ojos hacia el necesitado y auxiliarlo.

Meditación: Vengan, ataquemos al justo

Lo condenaron a muerte.

Evangelio:
Mt. 20,17-28
En aquel tiempo, mientras iba de camino a Jerusalén, Jesús llamó aparte a los Doce y les dijo: “Ya vamos camino a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día, resucitará”.

Entonces se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo, junto con ellos, y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: “¿Qué deseas?”. Ella respondió: “Concédeme que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino”. Pero Jesús replicó: “No saben ustedes lo que piden. ¿Podrán beber el cáliz que yo he de beber?”. Ellos contestaron: “Sí podemos”. Y él les dijo: “Beberán mi cáliz; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quien mi Padre lo tiene reservado”.

Al oír aquello, los otros diez discípulos se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: “Ya saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Que no sea así entre ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos”.

Meditación:
El Evangelio nos transmite cómo un día una mujer tomó la iniciativa de pedirle a Jesús que sus dos hijos, Juan y Santiago, se sentaran uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús cuestionó a sus apóstoles sobre si estaban dispuestos a beber el cáliz que Él mismo estaba a punto de beber. Con esto, quería abrirles los ojos y anticiparles la llamada a ser testigos suyos hasta el sacrificio de la cruz.

Los discípulos, debían aún madurar en la fe, corregir una visión triunfalista del Mesías, para aceptar también un Mesías sufriente.

Por consiguiente de Santiago y Juan aprendemos muchas cosas: Su prontitud para recibir el llamado del Señor, su generosidad para dejar sus seguridades humanas; su entusiasmo para seguir a Jesús por donde Él nos quiera llevar, la valentía y la virtud para seguir al Señor por caminos de cruz.

Estos apóstoles, que al inicio de su vida habían pedido, a través de su madre, sentarse junto con el Maestro en su Reino, son los primeros en disponerse a compartir con el Señor su cruz.

Veamos en estos hombres un ejemplo de lo que debe ser nuestra peregrinación por la vida, un abrirnos a Jesús y dejarnos moldear por Él. Siguiendo a Jesús como ellos, sabemos que, incluso en medio de las dificultades, vamos por buen camino.

Reflexión apostólica:
Puedo reflexionar si mi seguimiento de Cristo llega hasta el sacrificio o si huyo de él ante la sombra de la cruz.

Propósito:
Vivir con mayor espíritu de sacrificio: desprendiéndome de algo que pueda ofrecerle al Señor.

Wednesday, March 07, 2007

Meditación: Aprendan a hacer el bien, busquen la justicia

Los fariseos dicen una cosa y hacen otra.

Evangelio:
Mt. 23, 1-12
En aquél tiempo, Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que se les diga, pero no imiten sus obras, por que dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los hechan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo que hacen para que los vea la gente.

Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; desagrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame “maestros”.

Ustedes, en cambio, no dejen que los llamen “maestros”, por que no tienen más que un maestro, y todos ustedes son hermanos. A ningún hombre sobre la tierra lo llamen “padre” por que el padre de ustedes, es sólo el Padre celestial. No se dejen llamar guías, por que el guía de ustedes es solamente Cristo. Que el mayor de entre ustedes sea sus servidor, por que el que se enaltece será humillado y el que humilla serpa enaltecido”.

Meditación:
Dios nos invita a cultivar la humildad. ¿qué ve en ella el Señor para que nos recomiende practicarla? ¿Acaso quiere solo nuestra humillación?. No dios únicamente quiere nuestra humildad por que así puede llenarnos de sus dones y más aún con su presencia.

El principal obstáculo para alcanzar la humildad es la soberbia. Esta nos hace creernos superiores a los demás, cierra nuestro corazón a la práctica de la caridad, da lugar a la vanidad.

Conviene, a la vez, no confundida la humildad con lo que no es, la humildad no significa apocamiento humano, ni va de la mano de la tristeza, la verdadera humildad es la capacidad de aceptar serenamente la propia pobreza radical poniendo toda la confianza en Dios. El humilde no considera nada como debido, todo lo agradece, no se sorprende de sus debilidades, soporta con serenidad las dificultades por que pone su confianza en Dios, por eso vive alegre.

La humildad se manifiesta de diversas maneras, por ejemplo, actuando con pureza de intención para agradar a Dios y no a los hombres, ceder siempre el mejor lugar a los demás, poner en el centro de nuestras conversaciones a los otros interesándonos por ellos más que hablar sólo de nosotros mismos, aceptar las propias faltas y defectos con sencillez, fomentar el espíritu de servicio para todos, buscar ocasiones de pasar desapercibido en lugar de tratar de dar siempre una buena imagen, etcétera.

Reflexión apostólica:
Para ser un buen apóstol de Jesucristo necesito moldear mi corazón con las mismas virtudes que él practicó, ¿lo estoy haciendo?

Propósito:
El día de hoy poner en práctica una de las facetas de la humanidad motivado por el ejemplo de Jesucristo.

Meditación: Perdonen y serán perdonados

Hemos pecado, Señor, hemos cometido inequidades

Evangelio:
Lc 6, 36-38
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará, recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Por que con la misma medda con que midan, serán medidos”.

Meditación:
El Evangelio me pide con pasión y misericordia para con el prójimo que por alguna circunstancia me ofenda…Y es que una ofensa no se resuelve con otra. La única verdadera solución es la caridad. Pero una auténtica caridad no se frena por prestigios ni prejuicios, una que tenga como verdadero y único fin, el amor que construye el reino de Cristo.

¡Qué difícil es lograr un equilibrio que realmente manifieste el mensaje de compasión que hoy nos pide el Señor! A veces, nos puede mover solo el afán de “quedar bien” y por ello toleramos los agravios o bien, mientras el corazón se va endureciendo con sus juicios que no facilitan el perdón, andamos condenando a los demás y “arreglando el mundo” como si nos asistiera una autoridad irrefutable.

Cuando la caridad no se trabaja, nos convertimos en jueces del prójimo y condenamos como si nos asistiera ese derecho. Jesucristo nos vino a enseñar lo que no es el amor y como se ama; ahí esta la medida, ese es nuestro parámetro. ¡Cuantas veces, Señor, me haz perdonado! ¿Por qué, entonces, yo me empeño en rencores, en resentimientos, y corto la corriente del amor entre tus miembros, no perdonando? La dureza y la intransigencia amarga en el alma, mientras que la apertura al perdón y al hecho de perdonar la liberan.

Acabemos esta Cuaresma con la amargura, desatemos de una vez los amarres de la enemistad y vivamos la paz y la libertad que Jesucristo nos mereció.

Reflexión apostólica:
La caridad entre el agravio, convence.

Propósito:
Pondré en el balance de la noche, “mis rencores”, y con el Señor, trabajaré para acabarlos…

Meditación: Dios hace una alianza con Abraham

Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto.

Evangelio:
Lc. 9, 28-36
En aquel tiempo, Jesús se hizo se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y resplandecientes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablan de la muerte que le esperaba en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús, y los que estaban con él. Cuando éstos se retiraban, Pedro le dijo a Jesús: “maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y quisiéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés, y otra para Elías”, sin saber lo que decían.

No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; y ellos, al verse envueltos con la nube, se llenaron de miedo.

De la nube salió una voz que decía: Este es mi hijo, mi escogido; escúchenlo”. Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo. Los discípulos guardaron silencio y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

Meditación:
Una vez más el evangelio nos habla de la oración y nos invita a volver a nuestros ojos a Jesucristo, que es nuestro modelo.

Lo primero que conmueve en esa dispocisión habitual del Señor a la oración, en las pequeñas y grandes oraciones. Esto nos debe de enseñar a dar a nuestra vida un giro sobrenatural, vivir cada instante con mayor hondura cristiana y en conversación íntima con Dios, para invocar su ayuda para alabarle, para darle gracias, para escucharle, en una palabra para “estar con Él”.

Dios mismo sale a nuestro encuentro y nos enseña el camino de la oración: “Este es mi hijo, escúchenlo”. Jesús es nuestro camino hacia el Padre. Sus ejemplo y palabras deben de ser la fuente de donde aprendamos a vivir cristianamente. De ahí que si buscamos una fuente de oración la tenemos en el evangelio.

Por otra parte, vemos como Elías y Moisés hablaban con Jesús de la muerte que le esperaba en Jerusalén. Esto nos enseña en que en todo seguimiento de Cristo debe de haber lugar también para la cruz. Así, oración, cristianismo, caridad y cruz, son como diferentes aspectos de una misma realidad.

Tras la transfiguración, Jesucristo volvió a u misión entre los hombres. Esto nos enseña que el apostolado, cualquiera que sea, debe de ser fruto de nuestra vida de oración. de modo que, si deseamos hacer algo por los demás, por el mundo, por la iglesia, hemos de comenzar en la oración. La autenticidad de nuestro apostolado y servicio se medirá por la calidad de nuestra relación con el Señor.

Reflexión apostólica:
Analizaré si me apostolado y servicio a la Iglesia emana una vida intensa y de oración.

Propósito:
El día de hoy elevaré constantemente a Dios mi pensamiento para invocar su ayuda, alabarle, darle gracias, escucharle, etc.

Meditación: Sean perfecto, como su Padre celestial es perfecto

Evangelio:
Mt 5, 43-48
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos e injustos.

Porque, si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen?¿no hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Sean, pues, perfectos como su Padre celestial es perfecto”.

Meditacion:
Jesús es muy claro al indicarnos el camino real del amor: “Amar a todos… hacer siempre el bien… rogar por los demás…” En efecto el amor tiene primacía sobre todo lo demás. A veces podemos no sentir ninguna simpatía por los demás, podemos estar cansados de tal defecto de una persona, nos podemos sentir heridos por la actitud de un amigo o el cónyuge, y la lista se puede alargar, sin embargo, siempre podemos amar, con independencia de las circunstancias. El amor siempre puede ejercitarse, tanto en lo bueno como en lo malo.

Para vivir así, lo primero es dejarse amar por Dios. Creer en su amor; y es que con gran facilidad dudamos de el. Hemos de confiar ciegamente en el amor de Dios por nosotros. Así sabiéndonos amados por Dios, a pesar de nuestra pobreza estaremos en mejores condiciones de corresponderle, y de poner en práctica lo mismo en relación con los demás.

Para amar a los demás con la misma medida en que Dios los ama comencemos por practicar la paciencia. Paciencia con los defectos del prójimo. Muchas veces la impaciencia es reflejo de cuánto nos ponemos en primer lugar a nosotros mismos, de cuánto nos apegamos a nuestros criterios, y cuán estrecho puede ser nuestro corazón para aceptar a los demás.

Jesús dio su vida por todos los hombres y nos llama a dar la nuestra también por los demás. Pero no podremos cumplir su mandato del amor si no comenzamos con los pequeños detalles de cada día, de paciencia, comprensión, perdón, caridad.

Reflexión apostólica:
¿Sé amar a todos los hombres como Cristo nos lo manda? Puedo examinar si tengo caridad para con todos o sólo para con algunos y bajo ciertas condiciones.

Propósito:
Dirigirme con respeto y paciencia a quien más me cueste tratar.

Meditación: Dos caras de la misma moneda

Antes de que le presentemos oraciones y ofrendas, Dios quiere que nos reconciliemos con nuestros hermanos.

Evangelio: Mt 5, 20-26
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -"Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos ´No matarás´, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano ´imbécil´, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama ´renegado´, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto".

Meditación:
Antes de que le presentemos oraciones y ofrendas, Dios quiere que nos reconciliemos con nuestros hermanos. La caridad vale más que cualquier forma de culto. El mandamiento de la caridad nos obliga a evitar daños y molestias a los hermanos, a no permitir ningún tipo de conflicto que nos pueda dividir, a querer de corazón a mi prójimo..

Dios es nuestro Padre. No acepta un culto dirigido a Él que no vaya acompañado por el amor a sus hijos, nuestros hermanos. El mandamiento del amor al prójimo es semejante al primer mandamiento el amar al Señor tu Dios. En una ocasión un fariseo preguntó a Cristo: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?" Y Cristo respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22, 37-40).

Quien separa el culto a Dios y el amor fraterno no puede ser buen cristiano. Más aún: la gente reconocerá que somos cristianos por la caridad. También Dios "reconocerá", aceptará nuestras oraciones y ofrendas, si van acompañadas por

la caridad. Esta virtud no se limita a evitar grandes daños a mis hermanos; reclama también una solicitud atenta y delicada para hacer el bien a mi hermano, para evitarle tristezas y ocasiones de caída, para superar los conflictos que inevitablemente pueden surgir.

Al final de la vida nos presentaremos a Dios con lo que hayamos hecho por Dios y por los hermanos. Cada vez que nos acerquemos al altar y nos presentemos ante Dios en la celebración eucarística, no vayamos con las manos vacías o manchadas de sangre; pongamos sobre la patena en la que se ofrece el Cuerpo de Cristo todas las buenas obras hechas por amor y para el bien de nuestros hermanos.

Oración:
Dios de la paz y del perdón, que te gozas en reconciliar a tus hijos contigo y amas la concordia de tus hijos entre sí, concédenos un corazón bueno para ser constructores de la unidad de tu Iglesia y de la familia humana sobre el sólido fundamento de la caridad.

Propósito:
Perdonaré inmediatamente a cualquier persona que me lo pida, y pediré perdón a quienes haya ofendido, incluso de modo involuntario.

Meditación: Cuatro pasos para orar

"Buscad leyendo, y encontraréis meditando; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación".

Evangelio: Mt 7, 7-12
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -"Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?, y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden! Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas".

Meditación:
Jesús invita a sus discípulos a orar con confianza -"pedid, buscad, llamad"- porque Dios es su Padre bueno que sabe dar cosas buenas a los hijos que se las piden.
Una característica de la oración filial es la confianza. Esta virtud no se limita a esperar pasivamente los beneficios de Dios sino que moviliza las facultades del alma para disponerse a recibir de Dios estos dones.
La primera disposición para penetrar en la oración es la petición. La oración cristiana no es fruto del esfuerzo humano, aunque requiera nuestra colaboración. En la vida del espíritu, el hombre no puede nada sin la ayuda de la gracia divina; por eso, nos dirigimos a Dios para suplicarle que nos conceda lo que le pedimos. El número 2654 del Catecismo enseña que los Padres espirituales, parafraseando a Mateo 7, 7, resumen así las disposiciones de un corazón que quiere ser alimentado por la palabra de Dios en la oración: "Buscad leyendo, y encontraréis meditando; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación".
Éstos son los cuatro pasos clásicos de la Lectio divina practicados desde la antigüedad en la Iglesia, sobre todo por los monjes, y aplicados en estas meditaciones. Los cuatro pasos son, cada uno a su modo, necesarios: La lectura de la palabra de Dios, especialmente de las lecturas de la Misa, nos permite escuchar a Dios. Sin embargo, sin meditación es árida porque no desentraña su riqueza. La meditación sin lectura lleva a errores, a subjetivismos. La oración sin meditación es tibia, pues no se han descubierto las riquezas del amor de Dios y de lo que se pide. La meditación sin oración, queda sin fruto porque lo que buscamos no se consigue como esfuerzo nuestro sino como don de Dios, y ese don hay que pedirlo. La oración devota alcanza la contemplación de los misterios meditados. La contemplación sin oración se logra o muy rara vez.

Oración:
Padre bueno, tú escuchas siempre las oraciones de los hijos que acuden confiadamente a ti, derrama sobre nuestras almas el espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!, para que alcancemos de ti aquellas cosas que bajo tu inspiración y moción te pedimos.

Propósito:
Renovaré mi llamada, recordaré los momentos en los que he visto con claridad la llamada del Señor.

Meditación: A la gente de este tiempo no se le dará otra señal que la del profeta Jonás

La madurez de mi fe

Evangelio:
Lucas 11, 29-32
En aquel tiempo, la multitud se apiñaba alrededor de Jesús y éste comenzó a decirles: “La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará más señal que la de Jonás. Pues así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo.

Cuando sean juzgados los hombres de este tiempo, la reina del sur se levantará el día del juicio para condenarlos, porque ella vino desde los últimos rincones de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.

Cuando sea juzgada la gente de este tiempo, los hombres de Nínive se levantarán el día del juicio para condenarla, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás”. Palabra del Señor.

Meditación:
No se puede ver la verdad de Jesús, si se pretende entender, apriori, con conciencias equivocadas. Aquel que es la señal definitiva de Dios está presente ante mí, ¡tan cerca de mí!, esperando que le abra la puerta de mi alma, o mejor, la de toda mi persona, buscando iluminarla con la sabiduría e impulsando la voluntad a la conversión. Los mensajes de Jesús en el Evangelio se han de leer con los ojos limpios, con la visión de la fe, con una recta conciencia; de este modo podremos ver su realidad y su cercanía. El Señor nos emplaza para el Juicio Final, en el que aquellos que tuvieron sabiduría o que se convirtieron, serán el testimonio vivo y silencioso, pero acusador, del rechazo que se le hizo al Hijo de Dios.

¡Cuántas veces, Señor, te he pedido y te pido aún, señales específicas, condicionando a ello mi fe! Ante una circunstancia adversa, ante una enfermedad, ante la muerte de un ser querido, instalado en la autosuficiencia de una fe poco trabajada, pido, casi exijo de Dios, la huella visible de su poder y autoridad, supeditando su aceptación, al milagro que creo merecer. Puede ser que hoy mi fe, por alguna razón o situación existencial, se encuentre en una encrucijada; es momento de leer detenidamente este Evangelio, una y otra vez, hasta que yo empiece a vislumbrar, en su realidad, la persona divina-humana de Jesús quien pide mi adhesión confiada a su palabra. De este modo, puedo ir descubriendo, en Él, la señal que Dios me da para caminar la vida en la verdad, y en el amor que va propiciando la madurez de mi fe.

Reflexión Apostólica:
Si queremos que las personas descubran a Jesús, como apóstoles nos esforzaremos por presentar, con la vida y testimonio, la adhesión total a esa señal luminosa que es la Palabra de Dios, Jesucristo Nuestro Señor.

Propósito:
Acoger esas señales que se me dan para seguir a Jesús.

Meditación: Ustedes oren así

“La oración que el mismo Cristo nos enseñó”

Evangelio:
Mateo 6, 7-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando ustedes hagan oración no hablen mucho, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de mucho hablar, serán escuchados. No los imiten, porque el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes, pues, oren así:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.
Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas”.

Meditación:
Cada petición del “Padre Nuestro” llega a nosotros, como a aquellos discípulos: recitada por Jesús. No es sólo una fórmula que hay que memorizar, sino el reconocimiento de acercamiento al Padre Celestial, que se traduce en ir haciendo vida propia cada petición. De este modo, conjugando la libertad personal y la oración que me dejaste, Señor, se irá dando en mí una mayor identificación en la relación de hijo que busca, ayudado por el Espíritu Santo, amar efectivamente a su Padre Dios. En cada Celebración Eucarística, unido a mis hermanos presentes en la asamblea, contigo Jesús, por Ti y en Ti, me dirijo a mi Padre sin retórica ni palabrerías, con la precisión y la riqueza de amor que contiene la oración “que el mismo Cristo nos enseñó”.

Eres Tú, Jesús, quien en este Evangelio me enseñas a dirigirme a Dios con el nombre de “Padre”, e invocarlo como “Padre Nuestro”, dejando con ello bien sentado que todos los hombres somos hermanos. Buscaré, Señor, desde hoy convertir mi rezo en verdadera oración abriendo mi alma al Espíritu Santo: con Él cada petición nacerá con la convicción profunda de que en Dios se encuentra la verdadera felicidad, la serenidad del alma y la armonía de toda mi persona, pudiendo decir sereno y contundente: “¡Hágase tu voluntad!”… Por otro lado, viniste al mundo, Señor, a liberarme del pecado que encierra en sí el mal, mas si el egoísmo dejado a su antojo y capricho me va ausentado del bien, recitaré sólo como una mera fórmula la petición: “¡Líbranos del mal!” Por ello he de decidir, contando con la gracia y acción de Dios, tener la firme disposición de caminar en el bien.

Reflexión Apostólica:
Todo apóstol de Jesucristo siente la exigencia y el compromiso de atender cada petición del “Padre Nuestro”, haciéndolas experiencia personal en el ámbito espiritual y social.

Propósito:
Voy a hacer tu voluntad, Señor, en lo que me propone mi estado de vida.

Meditación: Cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron

El amor al prójimo

Evangelio:
Mateo 25, 31-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos d los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.

Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme’. Los justos le contestarán entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’ Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron’.

Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron’.

Entonces ellos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?’ Y él les replicará: ‘Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo’. Entonces irán estos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”.

Meditación:
El Juicio Final será para todos los seres humanos de todos los tiempos. Al truncar una vida en el seno materno, se le quita, arbitrariamente la posibilidad de ejercer su libertad y ganarse personalmente, secundando la obra del Espíritu Santo, su salvación. Sin embargo, me aventuro, a la luz de este Evangelio, a pensar que ante la misericordia y el amor de Dios, todas esas vidas que por maldad del adulto no pudieron tomar su lugar en el mundo, estarán presentes ante Jesucristo, como las ovejas tiernas, dulces e inocentes, a quienes el Señor les dará la vida que el hombre satanizado les negó, y esa vida es la eterna, en la que por siempre gozarán de Dios. Señor, ¡ayúdame a tener una convicción profunda de lo que es la santidad en la vida y a pronunciarme siempre a favor de ella!

En el Evangelio vemos que el trato de Jesús con el hombre es siempre personal y que culmina con el Juicio que pronunciará para cada uno, según sus actos y actitudes de vida. Señor, viniste a enseñarme a vivir de acuerdo a la dignidad que, como ser humano, quisiste que yo tuviera y, paso a paso, Tú también me señalaste con el ejemplo la dignidad que tiene mi prójimo. En el Juicio Final, que leo y reflexiono hoy, resaltas aquel elemento con el cual me juzgarás: “la vivencia de la caridad”. ¡Qué necio soy al no acabar de entender y asimilar que el amor a Ti, sólo lo puedo hacer patente en la atención efectiva y personal a mi prójimo! Tu Evangelio hoy, Señor, es para mí tan claro y tan preciso, que no lo puedo ignorar. Sólo me corresponde acogerlo o dejarlo pasar…

Reflexión Apostólica:
Nada de lo que hagamos por el prójimo será ignorado por el Señor. No busquemos reconocimiento a nuestro esfuerzo apostólico y esperemos confiados a que Jesucristo, si lo merecemos, nos lo dé en el Juicio Final.