Friday, April 13, 2007

Meditación: Viernes dentro de la Octava Pascua

Se acercó Jesús, tomó el pan y se lo dio a sus discípulos y también el pescado.

Evangelio:
Jn 21, 1-14
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces Él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se le había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”.

Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’. Porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Meditación:
Aunque el amor de Juan le permite percibir antes que nadie la presencia del Señor, y la fe de Pedro, lo lanza al mar y llega antes que ninguno junto a Él, es a todos que Jesucristo espera a la orilla del Lago de Tiberíades; a todos atiende, a todos alimenta, a todos les muestra su amor. Así eres también con nosotros, Señor, cuando nos encuentras unidos en el sentir y en el pensar, apoyando la misión de la Iglesia. Allí es donde, si te amamos, te podemos encontrar. Allí es donde la fe se acrecienta recibiendo a Jesucristo que se nos da bajo la apariencia de pan.

A orillas del lago Tiberíades los esperabas, Señor, y a nosotros siempre nos aguardas en el Sagrario para que nos encontremos contigo y nos puedas atender con tu amor.

Reflexión apostólica:
Ante el Sagrario, el apóstol pide por el Papa y por la Iglesia, y también la bendición de Jesucristo para que haya eficacia en el apostolado.

Propósito:
Siempre con el Papa…

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