Thursday, April 19, 2007

Meditación: El que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios

Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas del cielo, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios.

Evangelio:
Jn 3, 1-8
Había un fariseo llamado Nicodemo, hombre principal entre los judíos, que fue de noche a ver a Jesús y le dijo: “Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer las señales milagrosas que tú haces, si Dios no está con él”.

Jesús le contestó: “Yo te aseguro que quien no renace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo le preguntó: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo ya viejo? ¿Acaso puede, por segunda vez, entrar en el vientre de su madre y volver a nacer?”

Le respondió Jesús: “Yo te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del Espíritu, es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu”.


Meditación:
Nicodemo era un hombre creyente y preocupado por conocer las cosas de Dios. Pese a ello, sólo reconocía a Jesús como enviado Suyo y no como su Hijo. Sin embargo, hoy podemos aprender mucho de este personaje.

Como nos muestra el Evangelio, Nicodemo aparentemente no estaba muy dispuesto a que se supiera que se había acercado a Jesús; no quería comprometer su puesto, razón por la cual fue a buscarlo durante la noche, sin saber que iba a salir de la oscuridad a la claridad de un mundo nuevo.

Al reflexionar el Evangelio de hoy, podemos percibir dos niveles en la comunicación entre Jesús y Nicodemo. Este último expone el racional, que lo lleva a concluir que para realizar señales como las de Jesús, solamente era factible contando con la presencia de Dios en Él. El lenguaje espiritual de Jesús es incomprensible para Nicodemo, por el momento, pero el Señor confía, no sólo en su inteligencia, sino también en su buena fe y en su afán de conocer la verdad.

La barrera que tenemos los hombres para abrirnos a la sabiduría de Dios no es, como se podría pensar, falta de inteligencia, sino exceso de autosuficiencia y soberbia, que cierran la posibilidad de ver más allá de nosotros, de nuestro saber y de nuestro criterio.

Reflexión apostólica:
Estemos siempre abiertos a la acción del Espíritu Santo para ser transparentes en nuestra fe y disponibles a lo que el Señor pida de nosotros. No descuidemos la preocupación por formarnos, y en la oración, por descubrir cada vez más, la sabiduría de Dios.

Propósito:
Voy a escuchar, con la paciencia de Jesús, a ese hijo adolescente.

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