Friday, April 13, 2007

Meditación: Miércoles dentro de la Octava Pascua

Lo reconocieron al partir el pan.

Evangelio:
Lc 24, 13-35
El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Meaux, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: “De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”
Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” Él les preguntó: “¿Qué cos?” Ellos les respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”.

Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.

Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”

Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Meditación:
¡Quédate conmigo, Señor; no me dejes! Te digo así como los de Emaús, en los momentos que experimento tu paz, tu amor, tu misericordia y tu consuelo. Y sin embargo, desapareces; pero ya no me dejas en la angustia y zozobra de mis dificultades, inquietudes o problemas.

A la luz del Evangelio veo, Señor, que has estado conmigo realmente y que me has sugerido que me levante, y que si me he alejado de ese grupo de personas con las que me reunía contigo semanalmente, vuelva sobre mis pasos y acuda a verlas.
Así, de nuevo, podré conversar sobre Ti y oír lo que me dices a través de ellas, comentar las cosas que pasan buscando tu criterio, y participar en proyectos apostólicos anunciando y proclamando tu Resurrección y tu Reino.

Reflexión apostólica:
Llevando a Cristo en el alma, el apóstol se presenta en el camino de las personas que se alejan de su Iglesia y con humildad, oración, testimonio de obra y de palabra, se esfuerza para que no la dejen.

Propósito:
Confiar a Dios mi familia.

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