Thursday, April 19, 2007

Meditación: Nadie ha subido al cielo sino el hijo del hombre, que bajo del cielo

El hijo del hombre debe ser levantado en la cruz, para que los que creen en él, tengan vida eterna.

Evangelio:
Jn 3, 7-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu”. Nicodemo le preguntó entonces: “¿Cómo puede ser esto?”

Jesús le respondió: “Tú eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Yo te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.

Meditación:

Al iniciar nuestra oración podemos ponernos con el pensamiento junto a Nicodemo e imaginar que el Señor también habla con nosotros como habló con él. En el Evangelio de hoy Jesús nos habla de un “renacer” y puede ser que no entendamos profundamente lo que nos quiere decir con eso. Tengamos el valor de confesarle que no le comprendemos. Hablemos con Jesús y preguntémosle con toda confianza, ¿cómo ocurre esto? ¿Cómo puede uno volver a nacer?

La respuesta, es quizá sorprendente. Esto sucede por el bautismo. Nuestro bautismo es realmente una muerte y una resurrección. Es un renacer, una transformación en una vida nueva. Tras el bautismo, sí seguimos siendo los mismos, pero al mismo tiempo ya no somos los mismos. Somos insertados en Cristo. Como cristianos vivimos de la gracia y vida divina. Vivimos esta nueva vida porque somos amados por Aquél que es la Vida. ¿Cómo nos da Jesús su vida? Nos viene de su sacrificio en la cruz, nos viene de la Eucaristía.

Nosotros debemos aprender también a entregar nuestra vida. Los mártires y los santos dieron toda su vida al Señor, pero la vida no se da sólo en la muerte o en el martirio. Podemos dar nuestra vida día a día. Dios no nos ha dado la vida sólo para tenerla o disfrutarla. Nos ha dado la vida para que también la demos. Así que cada día debemos aprender a desprendernos de nosotros mismos y estar a disposición de lo que el Señor nos pida en cada momento.

Reflexión apostólica:
No olvidemos que el amor a Dios y el amor al prójimo se funden entre sí. Sólo alimentándonos con frecuencia de la Eucaristía podremos darnos a los demás.

Propósito:
Buscar este día dar mi vida a los demás en el servicio y la caridad.

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