Thursday, March 29, 2007

Meditación: Te constituí como alianza para el pueblo, para restaurar la tierra

Evangelio:
Jc 5, 17-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos (que lo perseguían por hacer curaciones en sábado): “Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo”. Por eso los judíos buscaban con mayor empeño darle muerte, ya que no sólo violaba el sábado, sino que llamaba Padre suyo a Dios, igualándose así con Dios.

Entonces Jesús les habló en estos términos: “Yo les aseguro: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta y sólo hace lo que le ve hacer al Padre; lo que hace el Padre también lo hace el Hijo. El Padre ama al Hijo y le manifiesta todo lo que hace; le manifestará obras todavía mayores que éstas, para asombro de ustedes.

Así como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo de la vida a quien él quiere dársela. El Padre no juzga a nadie, porque todo juicio se lo ha dado el Hijo, para que todos honren al Hijo, como honran al Padre. El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre.

Yo les aseguro que, quien escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna y no será condenado en el juicio, porque ya pasó de la muerte a la vida.

Les aseguro que viene la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la hayan oído vivirán. Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, también le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo; y le ha dado el poder de juzgar, porque es el Hijo del hombre.

No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que yacen en la tumba oirán mi voz y resucitarán: los que hicieron el bien para la vida; los que hicieron el mal, para la condenación. Yo nada puedo hacer por mí mismo. Según lo que oigo, juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”.

Meditación:
A la luz del Evangelio pienso, Señor, que en tu discurso ya les anunciabas a los judíos que habías venido, por amor, a dar al hombre la vida que había perdido por el pecado de Adán. Al estar viviendo este tiempo de Cuaresma qué bueno sería que en oración, pidiendo ayuda al Espíritu Santo, reflexionáramos y profundizáramos en lo que nos ama Dios: el Padre que nos quiso recuperar, el Hijo que secunda esa voluntad y su infinito amor que se derrama sobre todos los hombres con Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en la Redención.

La vida que mereciste para mí, Señor, no la puedo ignorar; es necesario que la valore cada vez más. Si desde niño la recibí, hoy me percato que, gracias a ella, he podido todos estos años oír tu voz en mi conciencia. Y me pregunto si aprovecho todos los medios que posibilitan el crecimiento, el desarrollo y la madurez de esa vida interior. La oración, los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, las obras selladas en tu nombre y por amor a Ti, Señor, son indispensables para la salud y la fortaleza de ese organismo sobrenatural que conforma la vida de la gracia; vida que, por tus méritos, nos regala Dios.

Reflexión Apostólica:
El apóstol de Jesucristo se afana por vivir y enseñar a vivir la vida de la gracia que en el Bautismo recibió.

Propósito:
Ser testimonio de vida cristiana.

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