Thursday, March 29, 2007

Meditación: La anunciación del Señor

Concebirás y darás a luz un hijo

Evangelio:
Lc 1, 26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.

Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.

María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios.

Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia. Palabra del Señor.

Meditación:
Al leer en el texto de hoy: “El ángel dejándola se fue”, pensé en lo sola que la virgen María se había sentido en ese momento, mas enseguida recapacité: ¿cómo sola, si el Hijo de Dios estaba ya iniciando su humanidad en ella? Adquirió una compañía que nunca ya la iba a dejar. Ante la incertidumbre de la vida, María tenía la seguridad de “esa compañía”; en medio del ruido del pueblo, se podía retirar al silencio y encontrarse con “esa compañía”; a pesar de las tristezas que se iban a dar en su vida, podía vivir en profunda alegría, pues gozaba de “esa compañía”.

Al anunciarse, a ti María, lo que el Señor pedía de tu plan de vida, te declaras con sencillez, “la esclava del Señor” y te adhieres a su Palabra quien es, por siempre, en el mundo y en la eternidad ¡tu Divina Compañía!

Gracias al “sí de María”, en el mundo entra Jesucristo y con la Redención nos deja, en la Iglesia, su presencia y su compañía. Señora y Madre mía, hoy es día que me pides un rato de silencio, de oración, para darme cuenta de que he de aprender a escuchar a Dios, de que lo he de dejar hablarme y de que su cercanía pide mi disponibilidad, pero también me infunde fortaleza y alegría. Puedo aprender también hoy, con la Virgen, la lección completa de “la confianza en el Señor”. Es precisamente hoy, el día en que con María, si quiero, puedo decir libre y sinceramente: “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”. Y llegará a ser una realidad si no me aparto de “esa compañía” que tuvo María.

Reflexión Apostólica:
No seamos apóstoles impulsivos y testarudos; acudamos a la Virgen diariamente, pidiéndole nos ayude a ser personas serenas, de oración, abiertas con sencillez a las indicaciones que se nos dan y llevarlas a cabo con gran alegría y generosidad.

Propósito:
Ofreceré el Rosario hoy, por los sacerdotes.

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