Meditación: El ciego quedó curado y veía todo con claridad
“Vete a tu casa, y si pasas por el pueblo, no se lo digas a nadie”
Evangelio:
Marcos 8, 22-26
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida y en seguida le llevaron a Jesús un ciego y le pedían que lo tocara. Tomándolo de la mano, Jesús lo sacó del pueblo, le puso saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: “¿Ves algo?” El ciego, empezando a ver, le dijo: “Veo a la gente, como si fueran árboles que caminan”.
Jesús le volvió a imponer las manos en los ojos y el hombre comenzó a ver perfectamente bien: estaba curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: “Vete a tu casa, y si pasas por el pueblo, no se lo digas a nadie”.
Meditación:
Del pasaje evangélico de hoy podemos aprender varias lecciones. La primera es que la enfermedad, cuando se acepta, nos acerca a Cristo. La enfermedad consigue a veces que el hombre caiga de su arrogancia y se descubra tal y como es: pobre, desvalido, necesitado de la ayuda de Dios. Jesús nos ayuda a vivir la enfermedad como un tiempo de gracia, de fe más intensa.
En segundo lugar vemos cómo la ceguera había paralizado a este hombre, y éste no podía valerse por sí mismo, necesitaba de los otros para moverse. El Evangelio nos dice que algunos hombres lo llevaron a Jesús e intercedían por él. Qué hermosa imagen de los cristianos que se ayudan los unos a los otros e interceden por los demás en la oración.
La tercera lección nos enseña que el ciego pudo ser curado porque confió en Jesús, se dejó tomar de su mano, y permitió que le pusiera saliva en sus ojos. Así debemos abandonarnos también nosotros en manos de Dios. El ciego es como una definición del cristiano: es el hombre que se abandona a Cristo por la fe.
La cuarta enseñanza, pequeña pero importante, es que para curar al ciego, Jesús lo saca del pueblo, esto es, lo aleja del ruido y de los demás. A veces estamos tan envueltos en nuestro mundo interior que no dejamos que Jesús nos hable y obre más milagros en nosotros.
Por último debemos decirle con insistencia a Jesús esta oración: ¡Señor haz que vea cuál es tu voluntad para mí en cada momento!
Reflexión Apostólica:
Ver cuánto soy capaz de ayudar a los otros e interceder por ellos en la oración.
Propósito:
Tomar alguna de las enseñanzas del evangelio de hoy y ponerlas en práctica.
Evangelio:
Marcos 8, 22-26
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida y en seguida le llevaron a Jesús un ciego y le pedían que lo tocara. Tomándolo de la mano, Jesús lo sacó del pueblo, le puso saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: “¿Ves algo?” El ciego, empezando a ver, le dijo: “Veo a la gente, como si fueran árboles que caminan”.
Jesús le volvió a imponer las manos en los ojos y el hombre comenzó a ver perfectamente bien: estaba curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: “Vete a tu casa, y si pasas por el pueblo, no se lo digas a nadie”.
Meditación:
Del pasaje evangélico de hoy podemos aprender varias lecciones. La primera es que la enfermedad, cuando se acepta, nos acerca a Cristo. La enfermedad consigue a veces que el hombre caiga de su arrogancia y se descubra tal y como es: pobre, desvalido, necesitado de la ayuda de Dios. Jesús nos ayuda a vivir la enfermedad como un tiempo de gracia, de fe más intensa.
En segundo lugar vemos cómo la ceguera había paralizado a este hombre, y éste no podía valerse por sí mismo, necesitaba de los otros para moverse. El Evangelio nos dice que algunos hombres lo llevaron a Jesús e intercedían por él. Qué hermosa imagen de los cristianos que se ayudan los unos a los otros e interceden por los demás en la oración.
La tercera lección nos enseña que el ciego pudo ser curado porque confió en Jesús, se dejó tomar de su mano, y permitió que le pusiera saliva en sus ojos. Así debemos abandonarnos también nosotros en manos de Dios. El ciego es como una definición del cristiano: es el hombre que se abandona a Cristo por la fe.
La cuarta enseñanza, pequeña pero importante, es que para curar al ciego, Jesús lo saca del pueblo, esto es, lo aleja del ruido y de los demás. A veces estamos tan envueltos en nuestro mundo interior que no dejamos que Jesús nos hable y obre más milagros en nosotros.
Por último debemos decirle con insistencia a Jesús esta oración: ¡Señor haz que vea cuál es tu voluntad para mí en cada momento!
Reflexión Apostólica:
Ver cuánto soy capaz de ayudar a los otros e interceder por ellos en la oración.
Propósito:
Tomar alguna de las enseñanzas del evangelio de hoy y ponerlas en práctica.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home