Meditación: En la noche del mundo... vigilad
El hombre anhela el bien y la felicidad, pero en su corazón vive con angustia el drama del mal.
Evangelio: Lc 21, 34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -"Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre".
Meditación:
Hoy, último día del año litúrgico, contemplamos la Jerusalén celeste como meta de nuestro peregrinar terreno; el Evangelio nos prepara al juicio final.
Por un lado se nos presenta la maravillosa experiencia de la segunda venida del Señor, vencedor de la muerte. Se entrevé el reino de la luz y de la paz infinita. Por otra parte, el horizonte es oscuro, amenazante, si avecinan tiempos de graves calumnias. El hombre anhela el bien y la felicidad, pero en su corazón vive con angustia el drama del mal.
Jesús ha dicho claramente que quién quiera seguirle debe esperar persecuciones. Estas pueden venir de fuera o de dentro. El Evangelio exige una elección radical, no vivir más para nosotros mismos, sino para la gloria de Dios y la salvación de mis hermanos los hombres. El mundo, en cambio, empuja a hacer del propio yo el ídolo delante del cual todos deben inclinarse. La elección no siempre es fácil, porque el mal se enmascara y se presenta como bien, como "lo más prudente".
El Señor conoce esta dificultad. Él mismo asumió nuestra carne mortal, tomando sobre sí nuestros pecados, y ha sido tentado y probado en todo. A fuerza de su obediencia y amor al Padre, Él ha vencido, y ha vencido por y para nosotros. Como hermano mayor, nos invita a defendernos de las insidias del maligno empuñando las potentes armas de la fe, la oración y la palabra de Dios. En este camino, Él mismo camina junto a nosotros y se nos dona en la Eucaristía. Cuanto más elevemos a Él nuestra mirada, más fácilmente alcanzaremos la felicidad presente y futura.
Oración:
No permitas, Señor, que el placer de mis sentidos me seduzca, que la sed de riqueza me embriague, que la fuerza del poder me vuelva ciego, sordo, ante las verdaderas exigencias del corazón humano. Líbrame de todo aquello que me pueda separar de ti y dame todo aquello que me una a ti más estrechamente, para ser en el mundo reflejo de tu bondad.
Propósito:
Recitaré con tranquilidad y fe el Credo, para enraizar mi vida en el sólido fundamento de la fe.
Evangelio: Lc 21, 34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -"Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre".
Meditación:
Hoy, último día del año litúrgico, contemplamos la Jerusalén celeste como meta de nuestro peregrinar terreno; el Evangelio nos prepara al juicio final.
Por un lado se nos presenta la maravillosa experiencia de la segunda venida del Señor, vencedor de la muerte. Se entrevé el reino de la luz y de la paz infinita. Por otra parte, el horizonte es oscuro, amenazante, si avecinan tiempos de graves calumnias. El hombre anhela el bien y la felicidad, pero en su corazón vive con angustia el drama del mal.
Jesús ha dicho claramente que quién quiera seguirle debe esperar persecuciones. Estas pueden venir de fuera o de dentro. El Evangelio exige una elección radical, no vivir más para nosotros mismos, sino para la gloria de Dios y la salvación de mis hermanos los hombres. El mundo, en cambio, empuja a hacer del propio yo el ídolo delante del cual todos deben inclinarse. La elección no siempre es fácil, porque el mal se enmascara y se presenta como bien, como "lo más prudente".
El Señor conoce esta dificultad. Él mismo asumió nuestra carne mortal, tomando sobre sí nuestros pecados, y ha sido tentado y probado en todo. A fuerza de su obediencia y amor al Padre, Él ha vencido, y ha vencido por y para nosotros. Como hermano mayor, nos invita a defendernos de las insidias del maligno empuñando las potentes armas de la fe, la oración y la palabra de Dios. En este camino, Él mismo camina junto a nosotros y se nos dona en la Eucaristía. Cuanto más elevemos a Él nuestra mirada, más fácilmente alcanzaremos la felicidad presente y futura.
Oración:
No permitas, Señor, que el placer de mis sentidos me seduzca, que la sed de riqueza me embriague, que la fuerza del poder me vuelva ciego, sordo, ante las verdaderas exigencias del corazón humano. Líbrame de todo aquello que me pueda separar de ti y dame todo aquello que me una a ti más estrechamente, para ser en el mundo reflejo de tu bondad.
Propósito:
Recitaré con tranquilidad y fe el Credo, para enraizar mi vida en el sólido fundamento de la fe.
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