Wednesday, November 29, 2006

Articulo: El celibato

Autor: P. Ricardo Sada, L.C.

En la historia tenemos muchos ejemplos de personas que han consagrado sus vidas a ideales y actividades científicas, políticas, artísticas, teniendo que renunciar por ellas al matrimonio. El que renuncia al matrimonio para hacerse sacerdote o religioso no lo hace para renunciar al amor, sino para amar de otra manera.

En la clase de música de la primaria tenía un compañero que aprendió muy rápido las notas musicales pero, por alguna razón, confundía siempre el símbolo de la clave de sol y el de la clave de fa.

Como es lógico, cuando el profesor le enseñaba una partitura y le pedía que leyera las notas, su respuesta era rápida y segura, pero totalmente equivocada por el error inicial al leer la clave.

Todo tiene su contexto propio y si no queremos andar fuera de la realidad más nos vale considerar cada manifestación de la vida en el contexto que le corresponde.

En estas semanas hemos escuchado hablar profusamente del tema del sacerdocio y los errores de los sacerdotes. En toda la polémica ha estado presente el tema del celibato como el presunto culpable de desequilibrios, errores, frustraciones y cuitas de los sacerdotes. Se han levantado algunas voces pidiendo el fin de esta práctica por considerarla anacrónica en algunos casos y, en los más, contraria a la naturaleza humana.

Ciertamente, si nos asomamos al sacerdocio desde un punto de vista meramente humano, no deja de ser una profesión como otra cualquiera y tiene mucha semejanza con la de aquellos que dedican su vida a luchar por los derechos de los demás o a socorrerlos en sus necesidades de todo tipo.

En un contexto así, el celibato no tiene pies ni cabeza. Pero no debemos olvidar que el contexto propio del sacerdocio -y por tanto del celibato- no es meramente humano, sino que tiene una componente sobrenatural que no se puede dejar a un lado. El que elige el sacerdocio, y el celibato que le va unido, lo hace basado en la llamada de un Dios en el que cree. Quizá si respetamos ese contexto sobrenatural nos resultará más fácil entender las razones profundas por las que la autoridad de la Iglesia debe mantener el celibato.

El sacerdote es una presencia en el mundo del amor indiviso de Dios. De un amor que es disponibilidad sin condiciones, que se entrega totalmente a cada uno; que está comprometido con todos en lo personal, pero con en nadie en exclusividad. El testimonio del sacerdote célibe es un recordatorio para los hombres de las realidades últimas de la vida: venimos de Dios, caminamos hacia El y hacia la eternidad.

Se ha acusado en estos días al celibato de ir contra la naturaleza humana porque trunca la vocación que todo ser humano tiene al amor. Yo diría que el ser humano está llamado al amor por su propia naturaleza, es cierto. Pero no es menos cierto que esa llamada se puede realizar de muchas maneras y no sólo en la relación personal con una mujer.

En la historia tenemos muchos ejemplos de personas que han consagrado sus vidas a ideales y actividades científicas, políticas, artísticas, teniendo que renunciar por ellas al matrimonio. El que renuncia al matrimonio para hacerse sacerdote o religioso no lo hace para renunciar al amor, sino para amar de otra manera.

En lo que sí estamos de acuerdo es en que ese modo de vida no es para cualquiera y que la Iglesia deberá ser muy cuidadosa en sus procesos de discernimiento y acompañamiento de los jóvenes candidatos.

He oído en varios medios de comunicación que el celibato nace en la Edad Media y por razones económicas. La base de esta afirmación es que el celibato fue establecido como una obligación para los clérigos en el segundo concilio de Letrán de 1139 y para evitar el empobrecimiento de las diócesis y parroquias por la repartición de su patrimonio entre los hijos de los clérigos. Es una postura reductivista y bastante simplista que nos aleja de la realidad histórica.

En realidad, el celibato nace en la Iglesia por el deseo de imitar a Cristo mismo que eligió ser célibe. Esta es la razón fundamental de que la Iglesia lo haya adoptado como ley para sacerdotes y clérigos. La práctica del celibato era ya aceptada universalmente en la Iglesia desde el Siglo IV, cuando San Agustín quiso adaptar la vida de sus sacerdotes a la regla monástica. Otra cosa es que la primera declaración oficial sobre la obligatoriedad del celibato haya venido en el segundo Concilio de Letrán.

Para muchos, si se quitara el celibato se terminaría el problema que plantea la escasez de vocaciones al sacerdocio. Este es un argumento de tipo práctico, pero lo cierto es que hay otros muchos argumentos prácticos a favor del celibato. Si éste se eliminara, el sacerdocio católico dejaría de ser como lo conocemos pues perdería esa disponibilidad total para el servicio.

No se puede pretender que un padre de familia responsable pueda, como sucede actualmente con los sacerdotes, cambiar de residencia cuantas veces sea necesario; no se puede prescindir de las preocupaciones económicas propias de aquel que tiene la responsabilidad de unos hijos. No se puede pretender que el corazón y el tiempo de un sacerdote sean sin restricciones para el que lo necesite porque una esposa y unos hijos tienen derecho de prioridad y requieren una atención.

Las relaciones dentro del clero tienen las dificultades propias de una sociedad como la Iglesia que, a pesar de ser de carácter divino, no deja de ser también humana. Ahora imagínense tener que armonizar esas relaciones si hay que añadir una nueva fuente de intereses, de gustos, de puntos de vista que son aportados por las esposas e hijos.

En definitiva, ser un buen sacerdote no es fácil. Ser un buen padre de familia tampoco lo es. Pero ambas cosas al mismo tiempo parece una tarea fuera del alcance del común de los mortales.

La Iglesia ve el sacerdocio y el celibato desde la perspectiva adecuada: una presencia del amor de Dios. Por eso lo considera un tesoro que no quiere perder.

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