Friday, June 01, 2007

Meditación: Padre, que ellos sean uno, como nosotros

Evangelio:
Jn 17, 11-19
En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me diste; yo velaba por ellos y ninguno de ellos se perdió, excepto el que tenía que perderse, para que se cumpliera la Escritura.

Pero ahora voy a ti, y mientras estoy aún en el mundo, digo estas cosas para que mi gozo llegue a su plenitud en ellos. Yo les he entregado tu palabra y el mundo los odia, porque no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

Santifícalos en la verdad. Tu palabra es la verdad. Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Yo me santifico a mí mismo por ellos, para que también ellos sean santificados en la verdad”.

Meditación:
El mundo creado por Dios es el lugar en donde transcurre la vida del hombre y en el que nos hemos de santificar. Es en ese mundo que Jesús pide al Padre nos cuide del mal, de ese mal que, personificado en el enemigo del Señor, está siempre intentando echar a perder todo lo bueno que ha salido de las manos de Dios. En ese mundo Jesús vivió y superó las tentaciones del Maligno y, me parece que, sabiendo que las hemos de experimentar, pide para nosotros esa ayuda y esa fortaleza que necesitamos en la lucha contra el mal.

Diariamente en el Padre Nuestro unámonos a Jesús en su oración, haciendo esa misma petición que Él nos enseñó: “¡Líbranos del mal!” Y así con la libertad de hijos de Dios en Jesucristo, nos moveremos por nuestro mundo conscientes de tener una misión: en nuestro estado y condición de vida somos enviados del Señor a evangelizar con el testimonio de la palabra, del ejemplo sencillo y veraz, y de una esperanza que propone la alegría cristiana en donde hayamos de estar.

Reflexión apostólica:
El apóstol de Jesucristo, apoyado en el Espíritu Santo y para gloria del Padre, trabaja en el mundo por unir en el amor del Señor a sus semejantes.

Propósito:
Ser agente de unidad en las relaciones familiares.

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