Wednesday, March 07, 2007

Meditación: Creo, Señor, pero dame tú la fe que me falta

Señor: “¡Creo, ayuda a mi poca fe!”

Evangelio:
san Marcos 9, 14-29
En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte y llegó al sitio donde estaban sus discípulos, vio que mucha gente los rodeaba y que algunos escribas discutían con ellos. Cuando la gente vio a Jesús, se impresionó mucho y corrió a saludarlo.

Él les preguntó: “¿De qué están discutiendo?” De entre la gente, uno le contestó: “Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu que no lo deja hablar; cada vez que se apodera de él, lo tira al suelo y el muchacho echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. Les he pedido a tus discípulos que lo expulsen, pero no han podido”.

Jesús les contestó: “¡Gente incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme al muchacho”. Y se lo trajeron. En cuanto el espíritu vio a Jesús, se puso a retorcer al muchacho; lo derribó por tierra y lo revolcó, haciéndolo echar espumarajos. Jesús le preguntó al padre: “¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?” Contestó el padre: “Desde pequeño. Y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él. Por eso, si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos”.

Jesús le replicó: “¿Qué quiere decir eso de ‘si puedes’? Todo es posible para el que tiene fe”. Entonces el padre del muchacho exclamó entre lágrimas: “Creo, Señor; pero dame tú la fe que me falta”. Jesús, al ver que la gente acudía corriendo, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: “Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Sal de él y no vuelvas a entrar en él”. Entre gritos y convulsiones violentas salió el espíritu. El muchacho se quedó como muerto, de modo que la mayoría decía que estaba muerto. Pero Jesús lo tomó de la mano, lo levantó y el muchacho se puso de pie.

Al entrar en una casa con sus discípulos, éstos le preguntaron a Jesús en privado: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?” Él les respondió: “Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración y de ayuno”.

Meditación:
Venías, Jesús, de manifestarte ante Pedro, Santiago y Juan y, te encuentras a tus discípulos rodeados de gente y de escribas que discutían con ellos. En el esfuerzo de vivir de cara a Ti Señor, experimentamos espacios de gozo y de plenitud, pero también estamos expuestos a discusiones, a incertidumbres y a que se desconfíe de nosotros. Pero, qué paz me da entender por este Evangelio que, como con los discípulos, al vivir en tu amistad, Tú estás presente en todo lo que me acontece, me proteges y me dices, ya sea en la oración o por medio de algún instrumento tuyo, cómo hay que hacer las cosas.

Todo tu diálogo en este Evangelio me descubre, Señor, esos reflejos divino-humanos de tu personalidad. Te acercas a la gente buscando saber por qué discuten con tus discípulos, aceptas el saludo de todos, demuestras tu enfado ante la incredulidad, ordenas que te traigan al enfermo interesándote por el proceso que ha tenido su mal, te admiras de que se dude de tu poder y propicias así que el hombre haga su profesión de fe… haces el milagro y al final, le aclaras a los tuyos que en la lucha con el demonio la única arma es “la oración y el ayuno” que pide a Dios su intervención y su fuerza.

Reflexionar en este Evangelio me ayuda, Señor, a conocerte mejor, a experimentar tu cercanía, y a hablar contigo en la oración con más sencillez y confianza. Señor: “¡Creo, ayuda a mi poca fe!”

Reflexión Apostólica:
Entendamos los apóstoles de Cristo, que sin la oración y el sacrificio, aunque nos enfrasquemos en discusiones, ¡hasta teológicas!, no vamos a poder proponer en su verdad, la salud que sólo el Señor puede dar.

Propósito:
Sencillez y confianza al hablar hoy con mis hijos.

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