Tuesday, December 05, 2006

Meditación: La bienaventuranza de los pequeños

Vivir con la sencillez de los pequeños, con una mirada de fe y confianza, que sabe superar la tentación de la duda, es el inicio de la verdadera libertad.

Evangelio: Lc 10, 21-24
En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: -"Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las ha revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar". Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: -"¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron".

Meditación:

A Dios le gustan los pequeños. Jesús mismo nos lo ha revelado. Él, el pequeño de Dios por excelencia, ha venido a mostrarnos el camino que conduce al Padre, más aún, ha venido a hacerse Él mismo el camino hacia el Padre. La vía real es, pues, aquella del abandono total y confiado en la voluntad de Dios, como la de Jesús mismo y como la de María, la humilde sierva del Señor, un sí pronto y gozoso. Sólo los pequeños, los humildes, son capaces de locuras de amor, caminando por el sendero de la fe con entusiasmo y confianza, porque saben contar con la ayuda de un Padre que les ama y que prové todo para su bien. Sólo los pequeños están abiertos totalmente a la gracia, capaces de acogerla, porque saben que todo aquello que saben y tienen es don de Dios, que todo es gracia, y por tanto, motivo de admiración y agradecimiento.

Vivir con la sencillez de los pequeños, con una mirada de fe y confianza, que sabe superar la tentación de la duda, es el inicio de la verdadera libertad. La existencia diaria se abre a la admiración, sobre todo porque se abre a los demás, reconociéndoles como don de Dios, como hermanos e hijos del mismo Padre. Todo esto es fruto del Espíritu Santo, el Espíritu filial que habita en nuestro corazón, reza en nosotros y nos vuelve sencillos, verdaderos.

Aquel que los antiguos profetas estaban anunciando, el Mesías esperado por las gentes, es el Dios-con-nosotros, el Emmanuel: a la luz de la fe lo reconocemos presente en el sacramento del hermano, mientras siempre anhelamos verle revelarse en el reino de la luz infinita, cuando seamos acogidos en la comunión de los santos.

Oración:

Ven, Señor Jesús, infunde sobre nosotros tu Santo Espíritu, espíritu de sabiduría y de amor, para reconocerte y amarte en cada persona, y para saber acoger con alegría tu voluntad en cada circunstancia. Danos un corazón de niño, dócil y siempre abierto a acoger la gracia, la bienaventuranza de los hijos de Dios.

Propósito:

Hoy acogeré en mi corazón a cualquier persona que encuentre en mi camino, diciéndome a mí mismo: "Es Jesús que viene". Con esa actitud, alabaré y daré gracias al Señor.

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