Friday, December 15, 2006

Meditación: Entrar en el juego de Dios

Como cristianos, debemos transmitir la enseñanza cristiana del amor mutuo.

Evangelio: Mt 11, 16-19
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: –«¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: "Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado". Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio". Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores". Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios».

Meditación:

La parábola de los niños "caprichosos" nos muestra una enfermedad espiritual, tanto más grave cuanto es difícil de reconocer; la pereza, la indiferencia que nos impide abrirnos a la novedad de Dios.

Cerrados en nosotros mismos, demasiado ocupados en defender nuestros propios intereses, no llegamos ni siquiera a acoger tantos gestos de amor que nos ofrece Dios y los demás. Nos hacemos tan insensibles a toda llamada a compartir los sentimientos de cuantos nos rodean. La cortesía, la buena educación, cualquier gesto de atención para con los demás... lo cumplimos si no nos molesta mucho.

Como cristianos, debemos transmitir la enseñanza cristiana del amor mutuo. Encarnándose, el hijo de Dios se ha metido de tal manera en la condición humana, en nuestra realidad, que se ha hecho uno de nosotros, y nos ha llamado a la felicidad eterna en el reino de los cielos. Desde que Él se ha hecho hombre, la verdadera vida consiste en entrar en comunión con nuestro prójimo, en el cual encontramos a Dios mismo. Al acercarse la Navidad, esta parábola nos invita a preguntarnos si estamos dispuestos a renunciar con Cristo que nace al gran juego del amor, o si reduciremos esta Navidad a folklore, para no ser demasiado molestados en nuestro corazón y en nuestra comodidad.

Oración:

Ven, Señor Jesús, a liberarnos de nuestro egoísmo. El misterio de tu nacimiento, la dulzura de tu infancia nos llene de alegría el corazón, nos infunda un santo gozo, nos haga capaces de alabar a Dios y darle gracias por el don de la vida. El misterio de tu pasión -porque has nacido para compartir nuestra vida y nuestra muerte- nos haga sensibles a los sufrimientos de nuestros hermanos. Ven, Señor Jesús, y haznos generosos cooperadores de tu obra de salvación.

Propósito:

Frente a cada situación, hoy me preguntaré con qué espíritu debo vivirla para no estropear "el juego de Dios". Tendré presente que la verdadera caridad es hacerse débil con los débiles, para ganar a los débiles. Hacerse todo a todos para salvar a toda costa a algunos (cf. 1Co 9, 23).

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