Meditación: Vengan a mí
De Él, y sólo de Él, brotará en nosotros la fuente de la caridad que curará nuestro cansancio.
Evangelio: Mt 11, 28-30
En aquel tiempo, exclamó Jesús: -"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera".
Meditación:
Son tantos los yugos que nos esclavizan y nos impiden ver la belleza del cielo, de la creación, de la vida. Esta es, se podría decir, la condición normal de la mayor parte de los hombres de hoy, incluso de los jóvenes. Hay yugos que nos empujan hacia la satisfacción hedonista de nuestros deseos carnales, volviéndonos esclavos del placer y del lujo, para arrojarnos después, postrados y llenos de aburrimiento y de cansancio mortal. Hay yugos impuestos por nuestro orgullo, yugos que buscan usar todas nuestras energías para acumular privilegios, sin jamás permitirnos disfrutar de la vida, del trabajo, de la comunión fraterna, de las cosas sencillas y buenas.
Pero también hay santos yugos, derivados de las exigencias del amor a nuestro prójimo, del servicio a los necesitados. El amor no es nunca una obra meramente humana. Amar en ocasiones no es fácil; si confiamos sólo en nosotros mismos corremos el riesgo de desanimarnos y nos acechará la tentación de ceder a la lógica de la indiferencia. Es el momento de gritar nuestro dolor al Señor, de hacerle presente nuestra incapacidad, nuestro cansancio espiritual, nuestra debilidad. Él siempre escucha el grito del pobre. De Él, y sólo de Él, brotará en nosotros la fuente de la caridad que curará nuestro cansancio y nos dará la energía para empezar, cada día, la aventura del amor a los demás. Como escribía el Santo padre Juan Pablo II en la encíclica Salvifici doloris: Cristo obra desde el interior mismo del sufrimiento humano con el poder de su espíritu de verdad, el Espíritu Consolador (n. 26).
Oración:
Señor Jesús, manso y humilde de corazón, mira esa pesada cruz, esa cruz a veces escondida en mi corazón, que tanto pesa para muchos hombres de este mundo. Haznos escuchar cada día tu voz que nos llama a seguirte en la decisión diaria de aprender de ti, de poner en tus brazos esa pesada cruz y caminar junto a ti.
Propósito:
Durante este día repetiré con frecuencia la jaculatoria: "Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo".
Evangelio: Mt 11, 28-30
En aquel tiempo, exclamó Jesús: -"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera".
Meditación:
Son tantos los yugos que nos esclavizan y nos impiden ver la belleza del cielo, de la creación, de la vida. Esta es, se podría decir, la condición normal de la mayor parte de los hombres de hoy, incluso de los jóvenes. Hay yugos que nos empujan hacia la satisfacción hedonista de nuestros deseos carnales, volviéndonos esclavos del placer y del lujo, para arrojarnos después, postrados y llenos de aburrimiento y de cansancio mortal. Hay yugos impuestos por nuestro orgullo, yugos que buscan usar todas nuestras energías para acumular privilegios, sin jamás permitirnos disfrutar de la vida, del trabajo, de la comunión fraterna, de las cosas sencillas y buenas.
Pero también hay santos yugos, derivados de las exigencias del amor a nuestro prójimo, del servicio a los necesitados. El amor no es nunca una obra meramente humana. Amar en ocasiones no es fácil; si confiamos sólo en nosotros mismos corremos el riesgo de desanimarnos y nos acechará la tentación de ceder a la lógica de la indiferencia. Es el momento de gritar nuestro dolor al Señor, de hacerle presente nuestra incapacidad, nuestro cansancio espiritual, nuestra debilidad. Él siempre escucha el grito del pobre. De Él, y sólo de Él, brotará en nosotros la fuente de la caridad que curará nuestro cansancio y nos dará la energía para empezar, cada día, la aventura del amor a los demás. Como escribía el Santo padre Juan Pablo II en la encíclica Salvifici doloris: Cristo obra desde el interior mismo del sufrimiento humano con el poder de su espíritu de verdad, el Espíritu Consolador (n. 26).
Oración:
Señor Jesús, manso y humilde de corazón, mira esa pesada cruz, esa cruz a veces escondida en mi corazón, que tanto pesa para muchos hombres de este mundo. Haznos escuchar cada día tu voz que nos llama a seguirte en la decisión diaria de aprender de ti, de poner en tus brazos esa pesada cruz y caminar junto a ti.
Propósito:
Durante este día repetiré con frecuencia la jaculatoria: "Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo".
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