Sunday, December 24, 2006

Meditación: El amor de Cristo nos sostiene

Preguntémonos en este momento cuánto nos urge en nuestro corazón la caridad.

Evangelio: Lc 1,39-45
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: -"¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá".

Meditación:

El encuentro entre María y su prima Isabel hace posible también el primer encuentro entre el Mesías esperado y Juan Bautista, a quien Jesús mismo llamará como "el más grande entre los nacidos de mujer". Todo sucede en un clima de agradecimiento, de estupor, de gozo. Juan, que según las parábolas proféticas de Zacarías, será llamado profeta del Altísimo, porque anunciará al Señor y preparará sus caminos, reconociendo la presencia del Salvador, exulta de gozo en el seno de su madre, Isabel, llena del Espíritu Santo, se siente indigna de tal honor, y acoge con palabras de bendición a la Madre de su Señor, proclamándola bienaventurada. A sus palabras, María responde con el cántico del Magnificat, exulta en Dios, porque se ha dignado poner en ella su mirada.

La contemplación de la escena de la visitación no nos debe dejar indiferentes, simples espectadores ajenos a lo que sucede; nos lleva a interiorizar estos designios de Dios.

Preguntémonos en este momento cuánto nos urge en nuestro corazón la caridad. El Verbo, la palabra que todos los días escuchamos y acogemos, ¿se transforma en amor hacia el prójimo, hacia la humanidad? ¿Cómo acogemos a los demás? ¿Estamos siempre dispuestos a reconocer que ellos nos llevan al Señor? Si vivimos con fe, veremos en cuantos nos rodean la presencia misma del Señor, que viene a nuestro encuentro.

¿Cómo cantamos nuestro propio Magnificat? ¿Sabemos reconocer y acoger con gozo las visitas del Señor, y hacer de nuestra vida un canto de agradecimiento y un don para todos?

¿Qué más motivo queremos? Dios viene en medio de nosotros, se hace pequeño, débil y pobre como nosotros. Y Él es nuestra salvación y nuestra esperanza, el verdadero motivo de nuestra alegría. Si le sabemos acoger, sentiremos el deseo de comunicar y difundir a nuestro alrededor el gozo de este encuentro, sentiremos la exigencia de llevar en el corazón los deseos, angustias y esperanzas de toda la humanidad. En ese momento será para nosotros Navidad.

Oración:

Concédenos, Señor, saber reconocer y apreciar tus dones. Haz que, siguiendo el ejemplo de María, no nos reservemos nada para nosotros mismos, sino que empujados por el amor demos a los demás con generosidad cuanto Tú, en tu infinita bondad, nos has regalado.

Propósito:

Acogeré con corazón magnánimo y gozoso todo lo que me suceda hoy, reconociendo una visita del Señor en cada acontecimiento.

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